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El Escondite de Natalia: Dulce y dorada Lorena

El Escondite de Natalia: Dulce y dorada Lorena
jueves 17 de septiembre de 2015, 13:23h

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Dulce y dorada Lorena

Una luz larga y molesta la cegó por un instante. Sujetó el volante con fuerza respirando hondo para vencer el cansancio y el sueño. Sólo faltaban ochenta kilómetros para volverlo a ver.

Dos meses después, no había dejado de pensar en esa noche de un loco mes de mayo que encerrados en el baño de mujeres de un bar cutre de playa, jugaron con el deseo como dos adolescentes que descubren por vez primera el universo de los sentidos.

Sentada en el lavabo con las bragas en los tobillos y las piernas abiertas, le acariciaba el pelo mientras él recorría con la lengua su sexo mojado de deseo.

Bebía su líquido de amor haciendo malabares, moviendo la boca para darle un placer que hasta esa tarde no había conocido.

Se arañaba la piel, haciéndose heridas, para compensar con un poco de dolor tanto gozo. Lamió su propia sangre y después su boca.

La luna que esa noche lucía llena, despertaba sus instintos más primarios, volviéndola salvaje.

Siguieron besándose con un beso brutal, juntando las lenguas y chocando los dientes. Se mordieron los labios con la desesperación del deseo recién estrenado. Una gota caía del grifo rítmicamente y su lengua bailaba al son de esa música, que a ella le sonaba a samba.

Cogió un hielo de la copa, que apenas estaba empezada, y se lo pasó por la piel de los pezones, que en seguida respondieron, endureciéndose. El frío calentó aun más su deseo.

Interrumpidos por unos golpes secos en la puerta, se quedaron a mitad de camino.

Corrieron de la mano hacia la playa. Sus corazones saltaban por la prisa y la excitación, como caballos desbocados incapaces ya de sujetar sus almas, que volaban libres queriendo intercambiarse.

Descalza, sintió en la piel de sus pies cada grano de arena, consciente por primera vez de la infinitud del mar que, como una lengua gigante, lamía incesantemente la playa.

Sentada en la orilla, esperó a que se desnudara mientras el agua fría acariciaba intermitentemente su sexo, formando una espuma que ella miraba hipnotizada, imaginando el preludio de lo que iba a ser una noche de locura y pasión.

La blanca sal se confundía con su flujo y le provocaba un ligero escozor que la excitaba aun más.

Se tumbó y cerró los ojos entregada al ir y venir de las olas, sintiéndose acunada por el sonido del mar, que le hablaba dulcemente, susurrándole palabras de amor.

Notó como unos labios acariciaban sus senos. Su barba incipiente le arañó ligeramente la piel, y movió las caderas hacia el cielo pidiéndole más dolor y más placer.

Comenzó a morder sus pezones, primero uno, después otro, alternativamente, hasta que ella abrió las piernas y se metió la mano por la braguita, jadeando mientras frotaba para calmar su ardor. Movía su vientre siguiendo el ritmo del mar, lento y cadencioso.

Llegó al mismo tiempo que una ola envidiosa cubría sus cuerpos.

Excitado se tumbó encima, penetrándola bruscamente, empujando fuerte su sexo erecto, mientras ella ahogaba gemidos y gritos entre olas de placer.

Exhaustos de amor, se tumbaron de la mano sobre un colchón de arena, gritándose en bajito te amo, bajo la tenue y romántica luz de la luna, que iluminaba sus bellos y ardientes cuerpos.

La llenó con tanto amor que su alma se quedó sin hueco. Casi murió de placer. Pero un suave aliento diciendo te quiero sobre su boca, la sujetó a la vida.

Queriendo sellar su amor, Lorena se levantó y sujetando su mano tiró de él. La siguió obediente, sabiendo que la seguiría siempre.

El agua oscurecida por una nube que repentinamente ocupó el cielo, cubrió sus cuerpos. Lorena lo abrazó y rodeándole la cintura con sus piernas, dejó de tocar el suelo y derramó despacio una lluvia dorada que mojó su piel, erizada por el incurable deseo que sentía por ella.

Hundió la cabeza y bebió de su agua para calmar la sed.

La lluvia de Lorena le supo salada y eterna como el mar, cálida y dulce como sólo sabe el amor de verdad.

Dejó el coche mal aparcado y corrió hacia él, que la esperaba impaciente en la orilla.

Reconoció su olor y respiró más hondo, cobrándose dos meses de añoranza y anhelo.

La llevó en brazos mar adentro, llenándola de besos, mientras Lorena lo pintaba de oro, mientras sellaba con su dulce lluvia, una historia con final feliz, una preciosa historia de amor, sin fin.
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