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¿Cómo es la cultura funeraria de Guadalajara?

¿Cómo es la cultura funeraria de Guadalajara?

El etnógrafo José Antonio Alonso profundizó en Sigüenza, de la mano de Grupo Mémora y del Ayuntamiento en el rico acerbo de nuestra tierra en este sentido

Por REDACCION
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redaccionguadanewses/9/9/19
miércoles 22 de octubre de 2014, 11:14h

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El etnógrafo José Antonio Alonso profundizó en Sigüenza, de la mano de Grupo Mémora y del Ayuntamiento, en el rico acerbo de nuestra tierra en este sentido. “Cuando hablamos cultura funeraria de Guadalajara conviene recordar que la provincia como tal tiene una historia muy cortita comparada con la tradición funeraria”, recordó Alonso. Nuestro territorio se constituyó en el año 1833 de la mano de la distribución de Javier de Burgos, mientras que el origen de los enterramientos se pierde en la noche de los tiempos. SIGUE
En este sentido Alonso recordó algunos de los monumentos funerarios prehistóricos que hay en Guadalajara, como el dolmen de Aguilar de Anguita, pero “no destaca la provincia por este tipo de enterramientos megalíticos”, dijo. El etnógrafo recordó la variedad funeraria guadalajareña. “Tenemos sepulturas romanas en Yunquera de Henares, y en algunas localidades hay enterramientos medievales excavados en roca”, apuntó.

Posteriormente Alonso se centró en el verdadero objeto de su intervención, el concepto de la cultura tradicional funeraria al que es difícil ponerle límites en el tiempo. “Dependiendo de la época histórica de la que hablemos, el sentido de la vida y de la muerte ha sido diferente. Sociológicamente, algo ha cambiado hoy. Hablamos abiertamente de este tema que siempre fue tabú, patrocinados incluso por una empresa como Mémora”, afirmó.

Además de las publicaciones provinciales (López de los Mozos, Jose María Alonso o Mariano Marco), el etnógrafo citó como fuentes de su trabajo las orales, principalmente los testimonios de los mayores, y también las escritas en referencia a los testamentos y las hijuelas “que igualmente nos permiten acercarnos a cómo han vivido nuestras gentes el tema de la muerte”. En ellos, sobre todo antiguamente, quedaba reflejado el pensamiento en este sentido de las personas que los suscribían. “Hacen referencia a las herencias, naturalmente, pero también, sobre todo los del siglo XIX, a aspectos como la predisposición del difunto ante la muerte, a su religiosidad, e incluso a detalles prácticos como el número de luces que el finado quería tener en un momento determinado sobre su tumba, amén de otros detalles como el número de oraciones o de misas deseadas”, expuso Alonso.

Era muy habitual que en cada localidad hubiera al menos una cofradía. Muchas aún se mantienen. En sus estatutos se puede comprobar como preparaban y se enfrentaban a la muerte de los hermanos. Las cofradías de la Vera Cruz servían como socorro mutuo en cuestiones económicas y también religiosas. Concretamente en el tema funerario identificaban claramente aspectos como la forma de acompañar hasta la muerte al hermano cofrade o quien se encargaba de cada uno de los detalles cuando ésta sobrevenía, como las mortajas o los toques de campanas. “Hoy todos estos temas han cambiado, pero es importante que se conozcan porque forman parte de la personalidad de nuestro pueblo”, recordó el etnógrafo.

Otra de las cofradías que tenía cometidos funerarios era la de la Virgen del Carmen, el Montecarmelo, en Molina de Aragón. Era muy habitual que sus hermanos eligieran el hábito de San Francisco como última indumentaria. Otra de las cofradías que refleja cuestiones mortuorias en sus estatutos es la de la Caballada de Atienza. “Acompañarse, ese estar siempre junto en los momentos difíciles, forma parte de la personalidad que tiene el pueblo castellano”, afirmó Alonso. Hay una piedra en el camino que va desde Atienza hasta la Ermita de la Virgen de la Estrella en la que los hermanos colocan su enseña y rezan por sus muertos.

La economía también ha estado siempre presente en los funerales. Los sacristanes y párrocos cobraban por hacer sus responsos y sus discursos. Esta parte económica quedaba también reflejada en los testamentos y en las hijuelas. Con mucha frecuencia hacen referencia al dinero que se dejaba para las misas, rezadas o cantadas, según cada caso. Los funerales también podían ser de un cura, de dos o incluso de tres.

“Desde pequeños nos enseñaban a tener en cuenta el momento de la muerte. Era algo que continuamente se tenía en cuenta. En el habla de nuestras gentes formaba parte de la cotidianidad”, recordó también el etnógrafo. El pueblo utilizaba expresiones coloquiales para dar rodeos refiriéndose a la muerte, como “irse al valle de Josafá” o “a criar malvas” o “a hacer ladrillos con el cogote” o incluso a alguna muy graciosa como “se le fue el culo al cesto, se jodió el parentesco”, haciendo referencia a la debilidad del vínculo político.

Aparte de los sacramentos de la extremaunción, en muchos pueblos de Guadalajara había personas que ayudaban a bien morir, en una actividad específica que, a veces iba unida a la de partera. “En mi propia familia, se recitaba una especie de conjuro que normalmente he escuchado como villancico de Navidad: las doce palabritas, dichas y retorneadas. Se establecía entre el moribundo y el familiar una especie de reto para decirlas al derecho y al revés, de modo que ayudaba a bien morir”, recordó Alonso. Igualmente había toques de campana que también servían en este sentido.

En algunas localidades, como en Valverde de los Arroyos, había andas para la conducción del cadáver hasta el cementerio. “En este caso era una práctica habitual. En otros pueblos solo se utilizaban para conducir los cadáveres de los pobres”, explicó el etnógrafo. En el velatorio era muy habitual la separación de hombres y mujeres. También existen aspectos gastronómicos en la cultura funeraria provincial. En Yebra es costumbre todavía hoy poner dinero para contribuir a la comida del funeral.

Durante cientos de años los cementerios estuvieron en el interior de los templos. Se tenía la seguridad de que la persona que estaba enterrada más cerca del sagrario tenía más posibilidades de aspirar a mejor vida. Al principio fue un privilegio de la nobleza y autoridades, pero después, al menos en los pueblos, todo el mundo tuvo acceso a ello.

Los tañidos de las campanas merecen un capítulo aparte. En Hinojosa acompañaban con su sonido hasta que el enterramiento del cadáver. Dependiendo de la edad los toques eran de una u otra manera, aunque este aspecto variaba mucho dependiendo de las localidades. También había distinción entre los toques para hombre y para mujer. Igualmente en Hinojosa, se llevaba una mesita para colocar el féretro y hacer oraciones en el trayecto hasta el camposanto. En la segunda estación, las mujeres se daban la vuelta y continuaban sólo los hombres. Después del suceso del entierro, había dos formas de alumbrar a los difuntos, por medio de bancos o de las tablillas o quemaos. Las mujeres hilaban artesanalmente la cera con la que se enrollaban los quemaos. En Oter o en Paredes de Sigüenza era costumbre al mismo tiempo que se hacían ofrendas de luces hacer ofrendas de panes.

En cuanto al color negro no siempre estaba relacionado con el luto porque hasta hace no mucho se utilizaba también en los vestidos de boda de las mujeres. Eso sí, era muy riguroso. Abarcaba a todas las facetas de la vida de todos los grupos de edad, incluso de los niños. La memoria de los difuntos estaba muy viva en muchos momentos del año. Era habitual que el segundo día de la fiesta local se dedicara a la memoria de los difuntos. En Riba de Saelices se hacían unas roscas que se rifaban en fiestas. En cada número, la familia ponía el nombre del difunto al que quería dedicarle esa rosca. Curioso es también el mundo de la artesanía y de las lápidas. En Guadalajara hay algunos lugares en los que los alfareros hacían lápidas de barro con la facilidad de poder escribir en blando y que sus tallas permanecieran luego, una vez cocido.

Una costumbre muy tradicional en toda la provincia era la de las calabazas y los puches o gachas dulces del día de los Santos. Con las sobras se tapaban las cerraduras que era el elemento por donde se suponía entraban las ánimas de los difuntos. Es una costumbre muy unida a creencias celtas que ahora se mezclan con la tradición americana de Halloween. Es prácticamente la misma. Esa noche se hacían rituales de iniciación y en algunos pueblos elegían a sus autoridades ese día.

Por último Alonso se refirió a algunas supersticiones. En Tartanedo por ejemplo se pensaba que cuando se está cavando el hoyo de los difuntos, si llueve, es señal de que pronto habrá que hacer otro. También el número 13 va unido a la muerte. Cuando se juntaban trece personas, en algunas localidades, en un evento familiar, normalmente la mujer se iba a comer a la cocina. Era un mal presagio. Igualmente los cazadores no solían salir a cazar el día de los difuntos. “En Mazuecos dicen que un cazador le perdonó la vida a una liebre que le habló en nombre de un familiar”.
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