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Tal día como ayer, pero de hace 35 años, los almiruetenses recuperaron una fiesta centenaria, casi milenaria según algunos, como es la de las botargas y mascaritas, en el carnaval. En aquella ocasión lo hacían prácticamente ellos solos. Por el contrario, ayer, cientos de personas disfrutaron, con los cinco sentidos, de esta fiesta dedicada a las entrañas de la tierra, en las calles de la pequeña localidad serrana.
Aquellos almiruetentes, llenos de responsabilidad hacia la herencia recibida de sus mayores, que retomaron, hasta el día de hoy, el carnaval -ahora Fiesta de Interés Turístico Provincial, se encargan de mantener su esencia e infinitos detalles, de informar a los visitantes sobre las curiosidades, y de pedir a los visitantes que todo se haga como se debe hacer y se guarde el orden necesario. En esta labor, ayer, además, contaron con la ayuda de un grupo de Protección Civil de Fontanar.
Pasadas las dos de la tarde, los botargas, los hijos de aquellos mayores fueron los que subieron hasta el alto de San Sebastián, donde se iban a vestir. A los pies del padre Ocejón, olía a jara, a tomillo y a espliego. Sobraba el abrigo. Casi veinte grados de temperatura, anticipaban la primavera en un mes largo.
Uno de aquellos veteranos, probablemente el que más se empeñara entonces en mantener la tradición y conservarla, Miguel Mata, hacía sonar el cuerno de toro, con buenos pulmones todavía. Sobre su sien plateada, un sombrero negro, con rosa blanca, y el brazalete que le identificaba a él, y al resto de miembros de la organización.
Después del olfato de un campo casi florecido por completo, fue el oído, el segundo sentido que despertaron los botargas de Almiruete. Segundos después del bufido del cuerno, se empezaban a oír, poco antes que verse, los cencerros que llevan a su espalda y que hacen sonar, todos al mismo paso.
El traje de botarga tiene múltiples detalles, y guiños al pasado pastoril de la tierra, mostrando al tiempo el respeto al oficio de los antepasados, y pidiéndole fertilidad de la tierra. Abarcas y calcetines de lana de oveja, polainas de cuero y calzón blanco, de cintura para abajo. De cintura para arriba, camisa igualmente blanca, y sin adornos, con flecos rojos, y una rosa roja, de tela, en cada hombro. La careta, siempre espectacular, la diseña cada botarga a su gusto. Y la costumbre es que nunca se repita. Este año, las dieciséis botargas que han salido las llevan originalísimas. Siempre tienen que ver con la tierra a la que pertenecen, y de la que salen. Una colección de colores.
Bajando del Cerro de San Sebastián por el Camino del Tirador, llegaron a Almiruete por el Camino del Lomo, para empezar a subir por la calle Atienza. Como siempre, algún espectador incauto, se llevó un remojón, cuando los botargas golpearon el agua del pilón de la fuente redonda, la nueva, con su garrote. No fue la única picia que hicieron en el recorrido, que es siempre el mismo. Comienza en la calle Atienza, por la fuente Nueva. Sigue por la Fuente Vieja o Plaza del Pilar, y baja por la Cuesta del Pilar, para llega a la Plaza. Siempre marchan en el sentido contrario a las agujas del reloj, probablemente para pedirle agua al cielo, como hacían ayer, porque es así como llegan las borrascas al Ocejón.
Allí, el lugar de máxima concentración de personas, los visitantes pudieron comprobar el colorido y la estética de los trajes, y hacerles cientos de fotos.
Después de dar dos vueltas al pueblo ellos solos, fueron a buscar a las mascaritas. Como el lugar en el que lo hacen los botargas, también es secreto el lugar donde se visten las mascaritas. Este año lo han hecho en el Barrio de la Cerca, en dirección a la Peña del Reloj, y concretamente en casa de Laura y Ramón. Su vestimenta es más refinada, con alpargatas con suela de esparto, hechas de lona blanca, y atadas con cordones de este mismo color, común a todas las prendas. Las medias, a juego, son de algodón o lana. Sobre ellas, unos pololos que confeccionan ellas mismas, decorados con puntillas y otros adornos. La enagua que les cubre hasta los pies es igualmente artesanal, con puntilla y volantes. El delantal tiene un gran bolsillo delante, y adornos de claveles, rosas u hojas de hiedra, como la enagua, porque soportan bien las temperaturas, y los malos tratos derivados del roce y ajetreo del día. La blusa tiene volantes y puntilla. Van cubiertas con un mantón sobre los hombros, sujeto al pecho con alfileres. El antifaz es un trapo al que se le abren orificios para ojos, nariz y boca, que cada una decora a capricho, con pájaros, flores o plantas, en este caso pintando de colores la tela inmaculada. El sombrero es de paja, de tipo segador o pamela. Se forra con una tela blanca, a juego con el resto del equipamiento, también con puntilla en todo el perímetro del vuelo, una flor en lo alto del sombrero y un lazo que rodea el copete. Las manos de las mascaritas se recubren con guantes para que ni aun así puedan ser reconocidas. Ayer había muchas más que botargas, treinta.
Después de dar dos vueltas más, juntos y emparejados, en la última extendieron las pelusas de la fertilidad y el confeti de la buena suerte, deseando un buen año a todos los asistentes. Ya con la cara descubierta, no faltaron las carreras tras el botillo, que voló de mano en mano entre el personal que llenó la plaza. Cuando acabó la música de los cencerros, empezó la de las gaitas. Los dulzaineros de Sigüenza siguiendo la estela del gran José Mari Canfrán, se arrancaron con unas dianas, poniéndole el tacto con el que manejan gaitas y tambores a la fiesta. Y al final salieron el resto de personajes, el oso con su domador, y la vaquilla.
Con el sol cayendo, los almiruetenses asaron la carne, invitando a la gente a probarla, hasta agotar existencias, haciendo extensivo también el carnaval al buen gusto.
Como cada año, el Ayuntamiento de Tamajón ha puesto a disposición de los vecinos de Almiruete todo lo que se le ha requerido para celebrar la fiesta. “Un año más, y van 35 volvemos a sentirnos orgullosos de los almiruetenses y del cariño con el que tratan sus tradiciones”, valora Eugenio Esteban, alcalde de Tamajón que estuvo presente en la celebración.