Jesucristo viene al mundo, entre otras cosas, para regalarnos su paz. Por eso dirá a sus discípulos: “Mi paz os dejo, mi paz os doy”. La paz verdadera y auténtica depende, por tanto, de la acogida y de la respuesta que prestemos a la persona de Jesús, a sus comportamientos y enseñanzas pues, en definitiva, Él es nuestra paz.
Quienes nos confesamos discípulos de Cristo no sólo estamos llamados a recibirla, sino a regalarla a nuestros semejantes en la convivencia familiar y en las relaciones sociales: “paz a los de cerca y paz a los de lejos”. Esta gran responsabilidad deberíamos asumirla y vivirla con profundo gozo pues todas las personas esperan y necesitan la paz para hacer frente a los sufrimientos de la vida y a la violencia de la convivencia diaria.
El pasado día 1 de enero, el papa Francisco, en el mensaje con ocasión de la Jornada Mundial de la Paz, invitaba a quienes tienen responsabilidades políticas en sus países a poner todos los medios a su alcance para impulsar la convivencia pacífica de los ciudadanos, promoviendo el respeto a la vida humana, favoreciendo la libertad de todos y velando por el respeto a su dignidad.
Pero no sólo los políticos tienen esta responsabilidad. Todos los ciudadanos deberíamos asumir nuestra contribución al logro de la paz. Para ello, hemos de acoger y cuidar la paz en nosotros mismos, en nuestros corazones, rechazando toda forma de intransigencia, ira o impaciencia. Si desterramos de nosotros estos enemigos de la paz, podremos ofrecer dulzura, amabilidad y comprensión a nuestros semejantes.
La paz vivida y celebrada en lo más profundo del corazón no podemos guardarla sólo para nosotros. Es preciso que la mostremos y concretemos en las relaciones familiares, en la convivencia social, en los encuentros con los pobres y con quienes experimentan cualquier tipo de sufrimiento. Esto nos obliga a salir de nosotros mismos para practicar la cultura del encuentro y para escuchar los gozos y sufrimientos de los hermanos.
La salida de nuestros intereses para ofrecer la paz a cada ser humano, nos permite reconocer también que la misma creación sufre violencia y exige un respeto y un cuidado. La consecución de la paz con la naturaleza nos exige redescubrir a Dios como autor de la creación y asumir nuestra responsabilidad como habitantes de la casa común y como artífices de un futuro en paz para nosotros y para las generaciones venideras.
Jesucristo viene una y otra vez a nuestro mundo para regalarnos su paz, pues sabe que nuestro corazón está necesitado y ansioso de ella, pero no podemos cruzarnos de brazos esperando que otros resuelvan los problemas de la convivencia, las injusticias y las divisiones sociales. Estas dificultades para el logro de una convivencia pacificada hemos de afrontarlas cada uno como miembros de la gran familia de Dios.
Con mi sincero afecto y bendición, feliz día del Señor.
Atilano Rodríguez, Obispo de Sigüenza-Guadalajara