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Carta semanal del obispo de la Diócesis de Sigüenza-Guadalajara

El mundo y el azar

El mundo y el azar

“Los cristianos, así como muchos creyentes de otras religiones, confesamos que el mundo no es un producto de la casualidad”

martes 28 de julio de 2015, 11:54h

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Desde los primeros momentos del cristianismo, al igual que ocurre en nuestros días, algunos científicos y estudiosos de la naturaleza llegaron a la conclusión de que la totalidad del mundo creado era un producto del azar y de la casualidad, sin sentido ni finalidad. Contra quienes defendían estos criterios, San Basilio Magno afirmará en sus homilías que “algunos, engañados por el ateísmo que llevan en su interior, imaginaron que el universo no tenía guía ni orden, como si estuviera gobernado por la casualidad”.

Los cristianos, así como muchos creyentes de otras religiones, confesamos que el mundo no es un producto de la casualidad. Más allá de las observaciones e investigaciones de los científicos se halla un Dios sabio, providente y amoroso, al que podemos dirigirnos y con quien podemos establecer relaciones de amistad. Si asumimos que en el principio está la Palabra creadora y amorosa de Dios, por medio de la cual fueron hechas todas las cosas, los cristianos podemos orar con el salmista, confesando que “el cielo proclama la gloria de Dios y el firmamento pregona la obra de sus manos: el día al día le pasa el mensaje, la noche a la noche se lo susurra” (Sal 18, 2-3).

Llegados a este punto, tendríamos que preguntarnos: ¿existe oposición entre las enseñanzas bíblicas y las ciencias naturales? Algunos, desde la lectura de la Palabra de Dios, pretenden un enfrentamiento con las ciencias naturales. Pero, si nos fijamos bien no sólo no existe oposición sino complementariedad entre ambas pues la fe cristiana se ocupa de una problemática distinta a la que tratan las ciencias naturales.

Si partimos de un ejemplo, pienso que será más fácil entender esta afirmación. Cuando un observador contempla un cuadro o una escultura en algún museo puede reconocer el material, la antigüedad, las dimensiones, el peso de la obra, etc. Sin embargo, con estos conocimientos, no ha llegado aún a captar toda la riqueza de la obra artística. Entre otras cosas, al atento observador le falta saber quién ha creado esa obra y le falta también conocer sus propósitos al crearla.

Algo parecido les ocurre a las ciencias naturales con relación al mundo. Estas investigan la naturaleza, pero no pueden llegar a contemplarla como creación. Su enfoque es limitado y, por tanto, no tienen como objetivo el responder a la pregunta por el autor de la creación ni conocer la finalidad de la misma. Por eso, les faltan los argumentos para dar respuestas exhaustivas sobre los enigmas del mundo.

Con estos presupuestos y contando con los argumentos de quienes afirman que el mundo es un simple producto del azar, sin sentido y sin finalidad, San Juan Pablo II decía ya el año 1985: “Hablar del azar ante la contemplación de un universo, en el que existe tal complejidad en la organización de sus elementos y una intencionalidad maravillosa en su vida, sería igual que abandonar una explicación del mundo tal como él se nos muestra. De hecho -sigue el Papa- sería equivalente a admitir efectos sin causa. Supondría la abdicación de la razón humana, que renunciaría de este modo a pensar y a buscar una solución a los problemas”.

En la misma dirección apuntaba el papa Benedicto XVI, el día 28 de abril de 2006, cuando afirmaba que nosotros no somos el producto casual y el sin sentido de la evolución. “Cada uno de nosotros es el fruto de un pensamiento de Dios. Cada uno es deseado, es amado, es necesario”.

De estas enseñanzas del magisterio de los últimos pontífices es posible concluir que la afirmación “Dios ha creado el mundo” es ante todo una afirmación teológica. En ella se revela que Dios ha querido que exista el mundo para acompañarlo en la existencia y para llevarlo a su plenitud. Ser creadas es una cualidad permanente de las cosas y una verdad elemental para el ser humano en la relación con ellas.

Con mi bendición, un cordial saludo y feliz día del Señor.

Atilano Rodríguez, Obispo de Sigüenza-Guadalajara
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