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El Escondite de Natalia

El Escondite de Natalia

Amor compartido

jueves 11 de junio de 2015, 09:08h

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Cerró los ojos y acercó la cara. Él le regaló un beso distraído y fugaz mientras ella susurraba con un te quiero, lleno de sentimiento.

Parecía que los brazos le sobraban en su abrazo, sintió que se sujetaba a la nada.

Bajó del coche y caminó hacia la puerta de su casa. Miró atrás para dedicarle un último adiós, pero ya se había ido.

Cerró los ojos para controlar las lágrimas que luchaban por salir, y buscó en su bolso el móvil, que era lo único que le uniría a él, durante las próximas interminables horas.

Entró en casa suspirando aliviada, liberando por fin un llanto contenido, escondido siempre detrás de una inmensa y eterna sonrisa.

Se desnudó despacio y recorrió con las bragas en la mano el pequeño pasillo que conducía a su solitario dormitorio.

Una estela de penas mudas la seguía de cerca, acechándola, murmurando a su oído, intentando atraparla.

Entró en el baño y miró en el espejo su cara enrojecida por el llanto. Excitada por el reflejo de su propia belleza, olvidó la tristeza y acercó los labios para regalarse un beso.

Estaba acostumbrada a amarse sola. Sacó la lengua y lamió el frío cristal para calmar su ardor, mientras se frotaba suavemente los pechos.

Dejó escapar saliva de la boca que resbaló por la piel jugando con sus curvas hasta llegar al suelo.

Su imaginación voló.

Llenó la bañera de agua y espuma, y cogió el juguete alargado que la consolaba las horas que no estaba con él.

Dejó el móvil en el suelo para no perderlo de vista un segundo, por si podía en algún momento esconderse para llamarla, por si podía robar un minuto y regalárselo a ella. Con poco se conformaba, muy poco pedía.

Se metió en el agua y acercó sus bragas a la cara, aspirando profundamente el olor a los restos de amor y semen que se había quedado impregnado en ellas, después de tantas horas de loca y salvaje pasión.

Las lamió queriendo apropiarse del intenso aroma a hombre y a sexo. Un resto de lágrimas perdidas, se juntó con saliva y las mojó aún más.

El agua ardía y le quemó la piel. No le importó, así cambió el dolor de su alma por uno más físico y llevadero. Su recuerdo volvió golpeando fuerte su pecho, ahogando por unos instantes su aliento.

Se regaló caricias con las manos, besó sus propios labios y cerró los ojos para imaginar que todavía estaba con él.

Arrullada por el agua, acunada por la blanca espuma, comenzó a bailar para dejarse acariciar por burbujas de lavanda, mientras tarareaba una dulce canción de amor.

Se metió muy dentro el juguete y pulsó el botón. Era duro y grande, como él, pero no llenó el vacío que sentía en el cuerpo, ni consoló su débil corazón.

Tembló con un orgasmo que llegó demasiado rápido. Orgasmo mojado por lágrimas de pena, pero seco de ganas porque no estaba él.

Murmuró repetidamente su nombre mientras su cuerpo convulsionaba. Su corazón se apaciguó unos instantes, engañosamente saciado de placer.

Miró el móvil pero seguía sin sonar.

Contuvo el repentino deseo de ahogarlo en la bañera junto con su pena, mientras se dibujaba una sonrisa en su cara, burlándose de su propia estupidez.

Tembló de frío al salir del agua y se arropó con una toalla que, áspera por el uso, le arañó ligeramente la piel. Agradeció el dolor que apartaba por unos segundos de su mente su loca obsesión.

Se metió en la cama todavía mojada murmurando su nombre, esperando un mensaje o una llamada que no llegaba.

Releyendo sus mensajes antiguos se quedó dormida y, soñando, fue a un mundo feliz donde no tenía que compartir, donde era sólo suyo.

Un mundo distinto en el que los besos no eran distraídos ni fugaces, sino eternos.

Un universo en el que tumbados en el sofá, el inexorable tiempo corría despacio a su favor y no deprisa, en su contra.

La despertó el bip de un escueto "tq" que a ella le sirvió para volver tranquila a los brazos de Morfeo, que, revoltoso esta vez, llenó su mundo de monstruos de dudas y celos, de temores y miedos. Se despertó llorando y suspiró aliviada al ver que sólo había sido un sueño.

Encendió la luz para volver a la realidad de la aparente calma de un amor compartido.

Se asomó a la ventana y miró al cielo que cubierto de nubes negras amenazantes, avisaba de la tormenta que acechaba inevitablemente. Sintió pánico.

Un relámpago inesperado iluminó la noche que, dibujando sombras oscuras en sus muñecas, se coló por la ventana abierta por la desesperanza y atravesó su débil corazón, partiéndolo en trocitos, robándole el último aliento que ya era inservible, porque no estaba él.

La encontró a la mañana siguiente, inerte, sin vida, con una sonrisa de paz en su preciosa cara.

El tiempo se detuvo. Croissants recién hechos volaron a cámara lenta hasta caer al suelo, manchando la blanca moqueta que, teñida de rojo, seguía inmaculada.

Se arrodilló junto a ella y la abrazó acariciándole delicadamente el pelo. La meció, después la zarandeó para que volviera con él, pero ya estaba lejos.

Un ángel consolador, envolviéndola en su manto, la había llevado a un mundo donde el miedo no existía, a un universo en el que él era sólo suyo.

La zarandeó más y más, llamándola hasta la extenuación. Dándose cuenta de que ya era demasiado tarde, de que el tiempo que antes estaba en sus manos, traicioneramente se había escapado, echó la cabeza hacia atrás sin soltar su cuerpo, gritó al cielo maldiciendo, y por primera vez... lloró por ella...
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