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El Escondite de Natalia

El Escondite de Natalia

Noche de Luna Llena

sábado 30 de mayo de 2015, 12:37h

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El negro y el rojo se turnaban, mientras la pequeña bola daba vueltas y vueltas, como sus pensamientos.

Sólo apostaba al seis y al nueve, ignorando los demás números, que burlonamente la diosa de la fortuna, no cesaba de cantar.

Sus finos tacones marcaban la moqueta. Circunferencias perfectas llenaban el trocito de suelo que ocupaba.

Bailando con los pies una música que solamente existía en su cabeza, dejaba huella en ese abarrotado lugar. Pisadas silenciosas de pasos de baile, que sin parar no avanzaban. Tampoco avanzaba el mundo, moviéndose repetida y alocadamente durante toda la eternidad.

Seguía taconeando mientras distraída acariciaba con sus largos dedos las cada vez más escasas fichas. Nunca se le había dado bien el juego. Pero eso no importaba, como casi nada.

Aburrida, sacó de su bolso de noche un pequeño espejo para mirarse.

Sus ojos brillaban y sus labios seguían rojos, aun así, los dibujó otra vez con un caro carmín ya gastado, que olía a bosque y a exóticas frutas. Pasó la lengua inconscientemente bebiendo los restos de martini blanco ya teñido del apasionado pero sangriento color. Recordando algo, sonrío.

Chupó la aceituna lamiendo despacio los restos de alcohol. Le excitaba el sabor a sal, y sintió la imperiosa necesidad de desnudarse y vestida sólo con el rojo carmín e infinitos tacones de puta, bailar al son de las voces, y el tic tic de la pequeña bola.

Cerró los ojos y se dejó llevar, moviendo despacio su hermosa cabeza. Ondas rubias y rebeldes cayeron sobre sus hombros, empujando un fino tirante que resbaló delicadamente por la blanca piel de su brazo.

Se levantó y sin retirar las pocas fichas que le quedaban, se dirigió a la elegante pero anticuada barra. Pidió otra copa. Cuando se sentó, con un gesto femenino y una mueca de dolor, se descalzó para acariciarse el pie, que cansado de taconear, se resentía.

Queriendo jugar a otro juego, buscó y buscó y cuando encontró, lanzó con la mirada un beso húmedo imaginario, que detuvo por un instante el corazón e inflamó el sexo ya impaciente de su víctima.

Se movió en la silla y abrió las piernas, mientras se subía la seda negra del vestido, dejando a la vista su delicada y rosada raja.

Mojó con sus ganas la tela, mientras lo miraba, amándolo sin necesidad de tocarlo.

Pasó un dedo para limpiar la silla, se levantó, caminó hacia él contoneándose descaradamente, y posó el húmedo dedo en sus labios, empujando delicadamente para que los abriera, buscando su lengua.

Juntó también su boca para chupar con él, el dulce y amargo fluido de su sexo, mientras inspiraba profundamente para olerle y olerse.

Frotó los pechos contra su cuerpo mientras lo besaba para pedirle más. Se sentó a horcajadas encima de su musculosa pierna apretando con fuerza, y recibió con un gemido un rápido y loco orgasmo.

Susurró una invitación a su oído y él, hinchado ya por las ganas, agarrándole la mano, tiró de ella para dirigirse apresuradamente, fuera del abarrotado local, hacia la soledad de su coche.

Ni una sola palabra le regaló, ni una sola caricia dibujó en su piel. Sobraban los preámbulos. El amor no hacía falta.

Se bajó la cremallera del pantalón y con un movimiento brusco la tumbó en el asiento de atrás, buscando con manos expertas por debajo de su falda.

Se colocó encima para penetrarla, y ella suspiró aliviada, sin poder ni querer contener un "por fin".

Siguió bailando esa música silenciosa, sin que le diera tiempo a acabar la primera estrofa. Su amante ocasional, llegó precoz, después de que ella inconteniblemente se fuera varias veces.

Pero....mientras él jadeaba sobre su hombro, mientras él susurraba otro nombre a un oído equivocado, dejó asomar sus colmillos, que afilados brillaban a la luz de la luna que, llena esa noche, había despertado su insaciable y voraz apetito.

Sus carnosos labios seguían perfectos y rojos, después del maravilloso sexo sin besos.

Sedienta de sangre, clavó los dientes en su sudoroso cuello y chupó despacio, mientras él ahogaba un grito de socorro.

El rojo de la sangre se mezclaba con el de su boca, tiñendo de locura y pasión la noche.

El pobre infeliz se abandonó a su suerte sin luchar, hipnotizado por los restos que quedaban de su propio orgasmo.

Dejó que su vida se fuera despacio, mientras ella succionaba y succionaba tragando ansiosamente.

La palidez de una muerte inminente, embellecía engañosamente su masculino e impersonal rostro, su coleta morena y despeinada, se confundía con el negro manto del último ángel.

Dejó de respirar para regalarle el aire que ya no hacía falta, mientras ella, inmisericorde y desagradecida, robaba para su colección su insignificante e inservible alma.
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