El Escondite de Natalia

Vestida de mar

Caminaba deprisa hacia la orilla.

Sus piernas esbeltas y ágiles apenas notaban la resistencia que ponía la blanda arena, hundiendo sus pies, como queriendo sujetarla para evitar que fuera hacia un destino que inevitable, ya estaba escrito.

Se clavó una concha en su delicada y blanca piel, coloreando sus pequeñas huellas de rojo, queriendo dejar para siempre un sendero de dolor y pasión, con la que siempre había vivido y amado.

Miró hacia el mar, que esa noche engañoso estaba en calma.

Sólo el suave sonido de las olas acariciando sus pies, rompía la música celestial que traía la dulce brisa marina.

Contestó a la insistente llamada diciendo no estoy, me he ido para siempre, y lanzó lejos su móvil, regalándoselo al olvido y al mar.

Se desnudó quitándose el blanco vestido y dejando expuesto su cuerpo y su alma.

Se adentró en el mar hasta que la espuma de sal cubrió su cuerpo, jugando con su sexo y con sus pechos.

Hundió la cabeza para que sus pensamientos se ahogarán en el agua, para así regalar todos los recuerdos que tenía de él al océano, sin conseguirlo.

Recordó cómo se amaron en esa misma playa por primera vez hacía un año ya.

Recordó cómo la acariciaba el clítoris frotándolo con las manos llenas de arena hasta que conseguía llevarla a un orgasmo de placer y dolor.

Recordó cómo le hizo heridas en el coño cuando empujaba dentro de ella, y enloquecida, gritaba su nombre mientras le arañaba la espalda.

Revivió cómo rodeando su cuello con sus masculinas manos, la dejó sin aliento por unos angustiosos segundos, mientras la inundaba con su amor y su deseo.

Sintió de nuevo su liso y negro peló acariciando su vientre, mientras limpiaba con la lengua su sexo de arena y amor.

Recordando su traición, un dolor viejo volvió a romper su corazón y su alma.

Con los ojos inundados por las lágrimas, Alfonsina pronunció por última vez su nombre, a modo de maldición, a modo de condena que existiría siempre, a modo de venganza dulce y amarga, que iba a servir fría en otras vidas.

Arrullada por el acompasado movimiento de las olas, dejó de luchar por la vida y se dejó llevar, vistiendo su cuerpo desnudo de mar.

No tenía miedo a la soledad eterna, le atraían cantos de sirena y promesas de descanso, belleza y paz infinita.

Iba a la búsqueda de un último poema de amor que, imperecedero,quedaría escrito para siempre en el cielo.

El océano generoso la acogió en sus brazos.

Convirtiéndola en sirena, la arrastró hacia el fondo con todas las demás amantes olvidadas y soñadas.

El océano invencible la llevó con su abrazo hasta un mundo dorado de algas y de coral.

El océano enamorado de ella desde ese día, por fin la hizo suya, y embravecido se adueñó para siempre de su cuerpo de mujer, y de su alma de niña.

El Escondite de Natalia