Carta semanal del obispo de la Diócesis de Sigüenza-Guadalajara
miércoles 22 de octubre de 2014, 11:14h
El Catecismo de la Iglesia Católica afirma: “La venida del Hijo de Dios a la tierra es un acontecimiento tan inmenso que Dios quiso prepararlo durante siglos. Ritos y sacrificios, figuras y símbolos de la “Primera Alianza” (Heb 9, 15), todo lo hace converger hacia Cristo; anuncia esta venida por boca de los profetas que se suceden en Israel. Además, despierta en el corazón de los paganos una espera, aún confusa, de esta venida” (CIC n. 522). SIGUE
Con el nacimiento de Jesucristo, Dios, que había hablado a los hombres de distintas formas en la Antigua Alianza, ahora quiere revelarnos su identidad y decirnos todo lo que Él es por medio de su Hijo. Lo primero que Dios nos dice de sí mismo con la encarnación y el nacimiento de Jesucristo es que su amor no tiene condiciones ni medida. Ama sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites y confía siempre en la respuesta generosa de cada ser humano a las manifestaciones de su amor.
Como enviado del Padre, Jesucristo nos enseña a lo largo de la vida, con obras y palabras, que su vida no es para sí mismo sino para que todos podamos participar del amor y de la salvación de Dios. La encarnación de Jesucristo es “por nosotros y por nuestra salvación”, su muerte es “por nuestros pecados” (I Cor 15, 31) y su resurrección es “para nuestra justificación” (Rom 4, 25). A partir de su ascensión al cielo, vive para siempre junto al Padre intercediendo por nosotros.
Durante el tiempo de Navidad y Epifanía, los cristianos somos convocados a contemplar este misterio del amor de Dios, manifestado en el nacimiento de Jesús. Es más, estamos llamados a descubrir que este Dios vive con nosotros, nos acompaña en cada momento de la existencia y nos ofrece la posibilidad de participar de su salvación. El mismo que nació en Belén hace dos mil años nos dice hoy a nosotros: “Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin de los tiempos” (Mt 28, 20).
Esta certeza de la presencia de Jesucristo, Dios y hombre verdadero, ha acompañado siempre a la Iglesia. De esta certeza debemos sacar también nosotros un nuevo impulso para nuestra vida cristiana y para nuestra misión evangelizadora. Ante los grandes desafíos del momento presente, hemos de tener muy presente que sólo la experiencia de la presencia de Jesucristo en medio de nosotros podrá salvarnos.
Todos necesitamos contemplar con admiración ese rostro, manifestado en la humildad del Niño nacido en Belén, para conocerlo mejor, para amarlo más y para imitarlo en todo momento. De este modo podremos mostrarlo a nuestros semejantes con el testimonio de las obras y de las palabras. El hombre de hoy como el hombre de todos los tiempos, aunque no sea consciente de ello, busca el rostro de Cristo y necesita descubrirlo para encontrar plenitud de sentido a la existencia.
Ahora bien, hemos de tener muy presente que a la contemplación total del rostro de Cristo no podremos llegar sólo con nuestro esfuerzo personal, sino dejándonos guiar por la gracia divina. Por lo tanto, sólo desde el silencio y la oración podremos llegar al conocimiento más auténtico y veraz del misterio de la Palabra, que se hace carne en las entrañas de María, para morar entre nosotros y para mostrarnos la gloria divina. Postrémonos ante Él en actitud de profunda adoración.
Con mi cordial saludo, feliz fiesta de la Epifanía del Señor.
Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara