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Carta semanal del obispo de la Diócesis de Sigüenza-Guadalajara

D. Atilano cumple 66 años el 25 de octubre y D. José Sánchez cumple 78 años el 30 de octubre

D. Atilano cumple 66 años el 25 de octubre y D. José Sánchez cumple 78 años el 30 de octubre

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:14h

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El jueves 25 de octubre, cumple 66 años el obispo diocesano, monseñor Atilano Rodríguez Martínez. Será su segundo cumpleaños como obispo de la diócesis. D. Atilano nació el 25 octubre de 1946 en Trascastro, pueblo de la parroquia de Leitariegos (concejo/municipio de Cangas del Narcea, Asturias). Su madre, Joaquina Martínez Cardo, vive todavía con 94 años. Tiene dos hermanos varones. Fue sacerdote diocesano de Oviedo desde el 15 de agosto de 1970. Ordenado obispo el 16 de febrero de 1996, fue obispo auxiliar de Oviedo de 1996 a 2003 y desde 2003 al 2 de abril de 2011, obispo de Ciudad Rodrigo. SIGUE
Fue nombrado obispo de Sigüenza-Guadalajara, en sustitución de monseñor José Sánchez que se jubilaba por razones de edad, el 2 de febrero de 2011, tomando posesión del gobierno diocesano dos meses después.

D. José Sánchez cumple 78 años el 30 de octubre.-

El martes 30 de octubre cumple 78 años de edad monseñor José Sánchez González, obispo emérito de Sigüenza-Guadalajara. Desde su jubilación por razones de edad, reside en su pueblo natal Fuenteguinaldo, diócesis de Ciudad Rodrigo y provincia de Salamanca. Monseñor Sánchez fue obispo de Sigüenza de noviembre de 1991 a abril de 2011. Con anterioridad y durante otros casi doce años fue obispo auxiliar de Oviedo. Es sacerdote desde 1958. Fue capellán de emigrantes en Alemania durante 20 años.

Carta semanal del obispo de la Diócesis de Sigüenza-Guadalajara.-


¿POR QUÉ PODEMOS CREER EN DIOS?

La Sagrada Escritura presenta la revelación progresiva de Dios a los hombres y muestra el proyecto divino de establecer relaciones de comunión y de amistad con cada persona. A pesar del rechazo y del olvido por parte de los miembros del pueblo elegido, Dios, que es fiel a sus promesas, no deja de mostrar un amor generoso y gratuito que abarca a todos. La historia del pueblo de Israel da testimonio de ese amor concreto y universal de Dios, que busca a los hombres para hacerlos partícipes de su misma vida.

En esta búsqueda por parte de Dios hacia sus criaturas está la diferencia fundamental de la religión cristiana con relación a la imagen de Dios propuesta por otras religiones. Mientras que en las demás religiones el hombre debe buscar a Dios, en la revelación cristiana es el mismo Dios quien se hace cercano al hombre, se vuelve hacia él, se compromete con él y entra en su historia. Este Dios, no sólo es respuesta a los deseos más profundos del hombre, sino que los sobrepasa infinitamente (Ef. 3, 20).

Los profetas mostrarán con hechos y palabras ese amor de Dios al pueblo elegido y anunciarán la salvación de Dios a todas las naciones de la tierra, mediante una alianza nueva y eterna y mediante unas leyes, que ya no estarán grabadas en piedra, sino en el corazón de cada ser humano por la acción del Espíritu Santo. Los profetas anunciarán que de la estirpe de David nacerá Jesús, el Mesías de Dios.

Jesucristo es la plenitud de la revelación. Él es la Palabra perfecta y definitiva del Padre. Con su entrada en el mundo y con la donación del Espíritu Santo, la revelación de lo que Dios es ha llegado a su plenitud, aunque la fe de la Iglesia deberá comprender gradualmente este misterio y explicar todo su alcance a lo largo de los siglos. La contemplación de este misterio lleva a San Juan de la Cruz a afirmar: “Aunque (Dios Padre) en darnos, como nos dio a su Hijo, que es una Palabra suya, y que no tiene otra, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra, y no tiene más que hablar”.

A lo largo de su vida, Cristo habla las palabras de Dios y realiza la obra de salvación en cumplimiento de la voluntad del Padre (Jn 5, 36). Con sus obras y palabras, sobre todo con su muerte y resurrección y con el envío del Espíritu Santo, lleva a plenitud toda la revelación y la confirma con testimonio divino. En la persona de Cristo, Dios permanece con nosotros todos los días hasta el fin de los tiempos.

La fe en sentido cristiano es la respuesta a esta revelación de Dios en Cristo y lleva consigo el abandono confiado en los brazos del Padre y la renovación constante del “SÏ” a su revelación. La fe cristiana es la respuesta a la misma invitación de Jesús, cuando nos recuerda que si creemos en Dios hemos de creer también en Él: “Creéis en Dios, creed también en mí” (Jn 14, 1).

Ahora bien, para dar esta respuesta de fe es siempre necesaria la gracia divina, que se adelanta y acompaña nuestro acto de fe, ayudándonos mediante el auxilio interior del Espíritu Santo a abrir los ojos del corazón a Dios, a acoger la verdad y a creer en ella (Dei Verbum 5)

Que el Espíritu Santo nos ayude a responder positivamente a Dios, que busca y desea nuestra felicidad.

Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara


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