La Opinión de Andrés Aberasturi
A.aberasturi
domingo 16 de noviembre de 2014, 23:21h
Habría que cambiar el refrán y justificar estas líneas porque “es de bien acogidos ser agradecidos”. Y aquí tienen a ustedes a este viejo periodista que nunca llegó ni a redactor jefe del periódico que fue su vida, recogiendo en esta Guadalajara tan grande y tan cercana unos reconocimientos que no merezco. SIGUE
Tantas cosas juntas me llevan a la sospecha de que los años van haciendo estragos y es como si hubiera una cierta precipitación en todo esto. Pero no; empecé dando el pregón en mi Yunquera de toda la vida, la de la torre de la iglesia hermosa, el Chorrón y las cuatro piedras que ya no existen.
Debí ser de los últimos que pisaron el Moderno en un recital inolvidable de un libro dedicado a mi hijo. Después me hicieron arcipreste de honor de esa Hita medieval que es una cosa muy seria y peliaguda y terminé –casi- hablando con nostalgia de la capital de la provincia en otro pregón lleno de sentimentalidad y de recuerdos. Ya creí que había terminado y es ahora la fronteriza y pujante Azuqueca la que hace unos días decidió poner ni nombre a una calle nueva.
Seguramente los que hemos nacido en una capital como Madrid, necesitamos arraigarnos en algún sitio porque sobre el asfalto las raíces no prenden. Y muchos elegimos Guadalajara –o Guadalajara nos eligió- como el refugio final y amoroso desde donde aun es posible contemplar la vida y sus afanes con la distancia justa (recuerdo tanto ahora a Manu Leguineche…)
Me perdonarán los lectores si esta vez tomo por asalto esta columna para hablar de mi mismo; pero no era esa la intención sino mas bien la de dar sencillamente la gracias a una provincia que no ha dado a muchos mucho más de lo que merecemos.
a.aberasturi