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“La cultura del toro va más allá del uso partidista que algunos quieran hacer de ella
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Los toros son cultura

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:14h

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Lo eran antes de la reunión de los matadores de toros y del representante de todas las organizaciones taurinas con la Ministra de Cultura González Sinde, confirmada en su cargo tras la reciente remodelación del Gobierno de Zapatero. Y también antes de la más definitiva reunión con el Ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, hoy hombre fuerte en el Gobierno como Vicepresidente Primero. El registro de los toreros como artistas en el Ministerio de Cultura no es sino el sello oficial de un rango artístico inherente al propio toreo desde los tiempos de la Ilustración. Pero es indiscutible que este reconocimiento blinda a la fiesta frente a posibles ataques como el acaecido en Cataluña, tanto en el interior de España, como fuera de nuestras fronteras. Detrás del reciente espaldarazo a la fiesta en el Parlamento Europeo, ratificando las subvenciones al ganado de lidia, está el trabajo informativo realizado por la Mesa del Toro.
Más también el respaldo otorgado por figuras políticas tan significativas a nivel Europeo como Rubalcaba o la eurodiputada socialista francesa Bernadette Vergnaud, el popular Luis de Grandes y otros miembros del Partido Popular.

Un reconocimiento que ha levantado ampollas entre la activa minoría antitaurina. Ésta, alejada por propia “iniciativa” del debate argumental en torno a la ética del toreo y sus valores artísticos, sociales, culturales, económicos y medioambientales, sigue vociferando por la vía del exabrupto.

Perlas de la literatura como el último y vulgar eructo de la periodista Ruth Toledano en el diario El País, fijándose en la entrepierna o la indumentaria de unos toreros a los que llama mierdas y chulos con una sospechosa obsesión escatológica, no hacen sino deslegitimar cualquiera de sus postulados. Firmas como ésta o como la del dibujante El Roto, que en la misma edición de ese diario llama despectivamente carniceros a los diestros, no merecen respuesta. Sólo ellos deberían hacer revisar el funcionamiento de sus tripas por algún profesional. Ya sea digestivo o psicólogo.

Coinciden paradójicamente estos insultos a los toreros con el amplio espacio dedicado en el suplemento cultural de este mismo diario a la oportunista antitaurina Alaska y su socio Nacho Canut. Por cierto, para el que no lo sepa, canut no es una referencia al miembro viril, sino a “la pela” que guardaban los payeses que cultivaban el maíz. De allí le debe venir el mote a este consumado artista del karaoke que, treinta años después de saltar a los ruedos -que me perdonen los toreros por la metáfora-, reconoce su interés por empezar a tomar clases de música. De la entrevista no sale muy bien parada la pareja.

En otro ruedo, el político, los representantes del mundo del toro han pedido la despolitización de la fiesta.

Porque los políticos españoles, emulando en general los peores ejemplos que brinda el panorama internacional, han vuelto a olvidar su vocación de servicio encaminándose a una obsesión estratégica que convierte sistemáticamente sus propios foros de debate en rings pugilísticos que los alejan -tiempo y esfuerzo obliga- de la realidad social, cultural y económica del país. También en lo referente al toro.

Estamos inmersos en una situación económica y una tiranía de mercado que empuja a los hombres y a los políticos, desde el miedo, la debilidad, la desesperanza y la constatación de una flagrante injusticia social hacia políticas autoritarias y populistas. Dentro de estas últimas se puede inscribir mayormente el sorprendente interés de los partidos por la fiesta.

Las razones que han motivado a los políticos en este debate distan de lo intrínsecamente taurino, de su interés o de su legitimidad ética, estética o artística. También de un patriotismo que no viene al caso. Aun así, el viceprimer ministro Rubalcaba ha hecho para su partido una correcta lectura política de la problemática taurina y de lo que de ella se deriva, demostrando una decisión y lucidez de las que adolece su homóloga, la ambigua González Sinde. Los toros son el segundo espectáculo de masas de este país. Y los tendidos de sol, esos que permiten a las empresas taurinas hacer un balance positivo de su gestión, podían radicalizar su descontento con el Gobierno -a pesar de ser su electorado natural-, convirtiéndose en activistas a la contra. El Partido Popular se anticipó en esta lectura, ganándose simpatías en esos tendidos, y reforzando su crédito en un amplio sector de la sombra.

Pero la politización del toro, amén de inevitable, no hay que verla de forma negativa. La embestida de la minoría anti ha llevado al sector a los mayores foros políticos, le ha dado luz en los medios de comunicación y ha reforzado su futuro y sus propias estructuras internas.

La cultura, bestia negra de los regímenes autoritarios obsesionados con el silencio de los corderos, da al hombre la capacidad de reflexionar sobre sí mismo y su condición. El toro bravo, situándonos en la antesala de la muerte -real y no ficticia-, y el torero, como artista transgresor, resolviendo inteligente, valiente, ética y estéticamente el envite, nos brindan esa oportunidad. Aprovechémosla. ◆
Carlos Arévalo Nonclerq
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