Me consta que, desde diversos sectores, se ha venido apostando por la mayor promoción y auge del encierro urbano, entre otros aspectos, considerando la conveniencia de alargar el trayecto, a la vez que se incide en que sean los animales que se vayan a lidiar por la tarde los que compongan -en puntas- la manada protagonista de los encierros. La abrumadora realidad ha obligado a componer otro tipo de festejo popular que, en nuestra capital, hay que identificarlo con la suelta de reses, en un ciclo regulado y donde resulta obligatorio que la edad se limite a los tres años y que las astas se presenten debidamente despuntadas. ¿Seguridad, economía, pragmatismo político?
A mí no me parece mal que tengamos suelta de reses por nuestras renombradas calles. Pero sí es cierto que me gustaría contar en sucesivas ediciones con el auténtico encierro, el de verdad, en el que como verás, amigo lector, cabe una interpretación rudimentaria, pero auténtica, del toreo en su esencia, en su raíz y en su simplicidad. Sé que esta opción conlleva otros inconvenientes que se tendrán que considerar, entre ellos, la ausencia de figuras que no acepten lidiar los toros encerrados por la mañana o el aumento de sus emolumentos para saldar el inconveniente de bravura virgen. Pero éste es otro debate. Me interesan los toros y me gustan los festejos populares, entre otras razones porque considero que el hecho de correr un encierro no cabe identificarlo simplemente con una actividad física más, en donde lo que parece primar se identifica con la velocidad, la resistencia y la agilidad. Correr un encierro –no me cabe duda- también significa torear.
¿Existen diferencias entre la lidia y el encierro? Pues claro que sí: ¡faltaría más! Y ahí el aficionado sabrá valorar lo meritorio de estas dos variaciones de la lidia a pie.
La primera y fundamental está en el toro. En el encierro, el toro no se juzga uno a uno, sino en manada. Y, aunque pudiera ocurrir que se rezagaran o adelantaran toros sueltos –lo que también tiene sus tiempos y formas-, el primer juicio se elabora siempre de acuerdo con el grupo o manada. “Hoy se corren los Cebadagagos”, se dice y es un ejemplo. Y no se identifica al burel por su nombre propio.
La segunda diferencia estriba en el terreno. Suele tratarse de un recorrido urbano y con un trazado lineal, frente a un espacio cerrado –el ruedo o la plaza- con sus terrenos y querencias bien marcados.
La tercera radica en los toreros o corredores. Se corre en grupo o en cuadrilla, pero sin estructura jerárquica. No suele darse la subordinación ni el reparto de funciones.
Y la cuarta, que se basa en la existencia de unas suertes diferentes en los encierros, pudiéndose clasificar en varios apartados, a saber: a) según se estructure la manada, b) según corran los participantes, c) según el lugar en que se ejecute, o d) según la velocidad que desarrollen los toros.
Así, aparece un amplio espectro de variaciones. Y ejemplifico, considerando el caso de Pamplona: no es lo mismo ejecutar la suerte con un toro parado en el tramo de Telefónica, corriendo en cuadrilla, con posibilidad de contacto con la manada, que hacerlo al alimón en una manada con toros por los lados, a la carrera, en la recta de la Estafeta.
Como escribiera Pepe-Hillo, “toda suerte en el toreo tiene sus reglas fijas que jamás faltan”. Antonio Saura en Arte y Tauromaquia, para el caso de los encierros, establece un total de cuatro criterios, con 14 categorías, y 9 variantes. O sea, que no resulta tan simple. Correr un encierro no consiste en ponerse y ya está: tiene su tauromaquia, curiosa, compleja, pero muy bien estructurada y que invito al aficionado a conocer.
Y esto que digo –lo de su estructuración- se aprecia aún mejor cuando consideramos los tiempos de las suertes en el encierro y valoramos sus similitudes con la lidia a pie en la plaza.
Hay que considerar que en el encierro, como mínimo, existen cinco tiempos.
1. Ver el toro y situarse en condiciones de ejecutar la suerte, o sea, acercarse al terreno del toro. Sería similar al tiempo de fijar al toro en la lidia ordinaria.
2. Entrar delante del toro, es decir, llegar al borde la marca de sus terrenos, que habitualmente resultan móviles. Estaríamos hablando, en la lidia, ordinario, de apreciar los terrenos y de ponerse en el sitio.
3. Acoplarse al ritmo del toro, que sería comparable, en la lídia ordinaria, al momento de ajustarse con el toro y templar la embestida.
4. Marcarle al toro el ritmo de la carrera –momento álgido del encierro- y que equivaldría al momento de mandar en la embestida, para posteriormente cargar la suerte. Me estoy acordando en estos momentos de David Fandila “El Fandi” en la ejecución de la suerte de banderillas, cuando después de clavar los garapullos, corre en la carra del toro, hacia atrás, consiguiendo -tras una o dos vueltas y templando su embestida- parar al toro en los terrenos apropiados.
5. Y, finalmente, retirase del toro, tiempo éste que suele venir marcado por el propio toro y que cabría identificarlo con los pases obligados, o de pecho, e incluso con el término tan taurino de “el toro está pidiendo la muerte”.
Me resulta evidente que correr un encierro que no tiene nada que ver con demostrar excelentes facultades físicas –que no niego que hagan falta- o sentirse repleto de adrenalina. Correr un encierro es -y puede ser- también torear.
¡Ojalá tengamos ocasión de apreciarlo por muchos años y con toros íntegros en nuestra ciudad!
Texto: Pedro Alonso