El Escondite de Natalia

Loco amor

Cerró la puerta de su amplia habitación con llave y suspiró aliviada. Dió por fin rienda suelta a todos sus sentimientos encerrados, y lloró en silencio.

Su amor enfermizo y loco por él, la llenaba de inseguridades y desvelos.

En ocasiones se sentía celosa del sol cuando calentaba su hermoso y masculino cuerpo, queriendo ser ella la única que le diese calor.

Quizás de la luna también tenía celos cuando durmiendo le contaba sueños, queriendo ser ella la única que invadiera sus pensamientos.

A veces sentía envidia de la brisa cuando apartaba su pelo, porque pensaba que le susurraba en bajito cuentos de amor, queriendo ser sólo ella la que le contara secretos.

Esa noche una mirada dedicada a otra mujer, había provocado en ella una tristeza infinita.

Sonrió durante el resto de la velada, pero estaba rota por dentro.

Su amplia alcoba estaba iluminada por la luz de las velas, y contagiada por su sensualidad, se tumbó en la cama.

Sin quitarse el escueto vestido blanco que a él tanto le gustaba, buscó consuelo con sus propias manos.

Metiendo los dedos por el escote, se acarició un pezón dolorido por tantos ratos de sexo apasionado y salvaje. Gimió por una mezcla de dolor y placer.

Cerró los ojos y soñó despierta con su polla entrando hasta el fondo de su cuerpo.

Comenzó a mover las caderas, imaginándolo dentro de ella, y deslizó su mano hasta el clítoris, para frotarlo suavemente, y así saciar las inmensas ganas que tenia de él.

Se bajó las diminutas bragas hasta las rodillas, y se metió el dedo en la boca, mezclando saliva con lagrimas, juntando tristeza y deseo, para después masturbarse mientras pensaba en su voz áspera y masculina, contándole al oído cuentos sucios.

Pudo oír unos golpes en la puerta. Pero Juana esta vez no abrió.

Siguió amándose sola, sin más compañía que sus recuerdos.

Cuando alcanzó el clímax, se juntaron en el aire sus gemidos con la voz desesperada, que cada vez la llamaba en un tono más alto.

El deseo fue más fuerte que la pena, se quitó el vestido y mojada de llanto y de sexo, le abrió la puerta vestida solamente con unos zapatos de altísimo tacón transparente.

Se abrazó a él, apoyando mimosa la cabeza en su pecho, mientras le regalaba cientos de te quieros, mezclados con jadeos entrecortados.

Se puso de rodillas para lamer su polla, saboreando los restos de sexo de esa misma tarde.

Su locura lo llevó como siempre a tocar el cielo, convirtiendo ese momento en mágico e irrepetible.

Subía y bajaba sus labios rojos de pasión, arañandolo suavemente con los dientes, hasta que llenó su boca del amor, que a ella tanto le enloquecía.

Lo tragó ansiosamente, deleitándose feliz con su dulce y amargo sabor a mar, mientras en bajito le decía, te amo Felipe, te amo..