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El Escondite de Natalia

El Escondite de Natalia

Esta semana otro nuevo título : Sin decir adiós

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:14h

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Sin decir adiós

Parecía que volaba cuando subía las escaleras. Estaba ansiosa por llegar y no esperó el ascensor, demasiado lento ese día para su escasa paciencia.

Tocó la puerta con los nudillos, suave pero insistentemente.

Cuando se abrió, ni siquiera se molestó en saludar, se lanzó a sus brazos, respirando profundamente, apropiándose de su intenso olor a hombre, mezclado con humo de tabaco y colonia.

Pegó la cara a su pelo, abrazándolo fuertemente, sin querer soltarlo, como una hembra posesiva en época de celo.

Sacó la lengua y la deslizó lentamente, recorriendo su cuello, saboreando su piel dulce y salada a la vez.

Le apretó el sexo con la mano, frotándolo sin piedad. Él respondió enseguida a sus caricias, volviéndose grande y duro, luchando contra la cremallera del pantalón, queriendo salir para liberarse de la prision del deseo.

Excitada por la mezcla de olores y la dureza de su miembro, se arrodilló y, sujetando la cremallera con los dientes, la bajó despacio, mirandole a los ojos como una viciosa del amor, sedienta de pasión y de sexo.

Abrió la boca para lamerlo, pero lo seguía mirando admirada por su éxtasis, maravillada como siempre, de lo que lograba sólo con sus labios, consiguiendo que fuera suyo por unos momentos mágicos.

Se apartó enseguida para dejarlo con ganas, como hace una mujer fatal, conocedora de la debilidad del alma humana.

Se levantó, y dando dos pasos hacia atrás, comenzó a desabrocharse la negra y ajustada gabardina, recreándose en cada botón, bailando con sus caderas una música inexistente que sólo escuchaba ella, como si estuviera poseida por algo sobrenatural y satánico.

Bajo la gabardina, su piel canela desnuda y brillante, impregnada de purpurina dorada, jugaba indecorosamente con la luz de las velas, que iluminaban sutilmente la habitación.

Pasaba las manos por su cuerpo, mientras seguía bailando, acariciándose sola, hasta que alcanzó el lugar más secreto de su cuerpo, escondido y prohibido como todo lo que es pecado y bueno al mismo tiempo.

Se acercó a ella, desesperado con los pantalones puestos, apuntándola insolentemente con su pene erecto, que se escapaba inflamado de ganas por la abierta cremallera.

Valentina, enamorada solamente de si misma, llegó al éxtasis.

Entonces, levantó los brazos apuntando al cielo y echando la cabeza hacia atrás, invadió el aire con su hermosa y cristalina risa.

Agitando su rojiza melena, se dió media vuelta y sin dejar que él probara su fruta prohibida, se marchó sin mirar atrás y sin decir adiós, arrastrando por el suelo la gabardina que llevaba en la mano.

Se fue contoneándose, para no volver jamás.

Juguetona y perversa Valentina.

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