OPINIÓN

Dios rico en misericordia

Carta semanal del obispo de la Diócesis de Sigüenza-Guadalajara

Martes 29 de marzo de 2016
El mensaje de la misericordia está en el centro del Evangelio. Si el Antiguo Testamento nos presenta un Dios fiel, compasivo y misericordioso a pesar de las infidelidades del pueblo elegido, Jesucristo nos muestra con sus obras y enseñanzas el amor misericordioso del Padre y lo lleva a su perfecta realización en el árbol de la cruz. Desde entonces, la contemplación del rostro de Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre, nos permite descubrir, contemplar y acoger el amor misericordioso del Padre.

A lo largo de los siglos, la Iglesia no ha dejado de anunciar este amor misericordioso de Dios en la proclamación de la Palabra, lo ha celebrado en los sacramentos, especialmente en el sacramento de la reconciliación, y lo ha mostrado a todos los hombres en la práctica de la caridad. Teniendo en cuenta que la vivencia de la misericordia lleva la paz a los corazones y tiene el poder de generar relaciones de amor y de fraternidad entre los seres humanos, toda la actividad y misión de la Iglesia debería estar siempre impregnada por la misericordia divina.

San Juan Pablo II, que dedicó su segunda encíclica a presentarnos al “Dios rico en misericordia”, con ocasión de la celebración jubilar del Año 2000 estableció que el domingo siguiente a la Pascua, denominado “domingo in albis”, fuese también celebrado como el domingo de “la Divina Misericordia”. En el trasfondo de esta decisión del Santo Padre, además de su honda experiencia espiritual, estaban también el mensaje y los escritos de Santa Faustina Kowalska, religiosa polaca, que dedicó toda su vida a difundir el amor misericordioso de Dios, manifestado en Cristo.

Al inaugurar el Santuario de la Divina Misericordia en Cracovia-Lagiewniki, el año 2002, el papa Juan Pablo II nos dejará un mensaje que ilumina sus reflexiones sobre Dios, sobre la verdad del hombre y sobre la paz en el mundo. Decía en aquella ocasión: “Fuera de la misericordia de Dios no existe otra fuente de esperanza para el hombre. El ser humano sólo puede encontrar en Dios la respuesta a sus esperanzas, el perdón de sus pecados y la salvación que tanto ansía”.

La Iglesia, acogiendo estas enseñanzas del Santo Padre, al impulsar la nueva evangelización, además de anunciar la incomparable noticia de la salvación de Dios y de celebrarla en los sacramentos, ha de mostrar el rostro misericordioso de Dios a todos los hombres. De un modo especial debe concretar este amor en los encuentros con aquellas personas que experimentan en sus vidas el dolor, el sufrimiento y la pobreza. El amor misericordioso de Dios tiene que ser tarea de toda la Iglesia, de todos en la Iglesia y en todos los momentos de la vida.

Los Obispos españoles, pensando en la misión de la Iglesia, ya decíamos el año 1992 que “ese testimonio de la misericordia de Dios debe manifestarse en toda su misión, y no en un pequeño grupo de personas, ni a ciertas horas en un despacho asistencial, ni predicando una vez al año el día de la Caridad o el de Manos Unidas, etc., como si fuese una modesta parcela entre las muchas actividades de la vida eclesial y pastoral. No. En modo alguno. Mientras no tengamos una conciencia más honda y más concreta de que la misericordia hacia los pobres es la gran misión de todos y siempre, bien podríamos decir que la Iglesia y los cristianos no tenemos conciencia, y somos infieles a la misión que el Señor con tanto empeño nos encomendó” (La Iglesia y los pobres, n. 15).

Con mi bendición, feliz día del Señor.

Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara







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