Se cumplen ahora tres años desde la publicación de esta columna de opinión. En ella, el catedrático de la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense de Madrid, Emilio Suñé Llinás, demostró su aguda capacidad de análisis y visión anticipatoria al prever, hace un trienio, la compleja situación internacional que hoy atraviesa Europa. A continuación, presentamos íntegra la columna de opinión que fue escrita exactamente hace tres años:
Urge una política europea de defensa
Con la agresión de la URSS -que nunca se fue- a Ucrania y sus amenazas nada veladas al mundo libre, hemos despertado de un sopapo del opio con que los demagogos aniquilan las democracias, según Tito Livio. A mis 20 años establecí una ecuación presupuestaria de cañones y bienestar, que 45 años después, los hechos han demostrado certera. Es esta:
Siempre pensé que en el Occidente (mundo libre) de la guerra fría, USA asumió los cañones y Europa el Estado de Bienestar, a fin de equilibrar el desarrollo económico occidental. EEUU sería la potencia dominante, lo que requiere de un poder militar que cuesta mucho dinero. Si Europa no se militarizaba, su desarrollo económico acabaría eclipsando al de USA, salvo que dedicase ingentes recursos presupuestarios al Estado Social. En el fondo hubo un pacto tácito Europa-USA. Al Japón de la postguerra le permitieron un gasto militar limitado y además no instauró el Estado Social, de ahí su desarrollo vertiginoso, hasta que China emergió como un poderoso competidor en Asia, a raíz de la Diplomacia del Ping Pong, de la era Nixon y Mao. Este esquema funcionó durante muchas décadas, de ahí que el mundo libre haya vivido bajo la égida militar de EE.UU. La URSS se desplomó porque quiso competir militarmente con USA; pero con su ineficiente sistema económico comunista de planificación central, lo que para USA eran cañones y mantequilla, para la URSS fueron o cañones o mantequilla, al caer en la trampa armamentística que le tendió Reagan, con la Iniciativa de Defensa Estratégica (SDI). Eligieron cañones, se acabó la mantequilla y el colapso económico finiquitó la URSS.
El problema es que la nueva Rusia siempre añoró la fenecida gloria de la URSS. Gorbachov, un hombre bueno, no podía acabar con la tiranía y así, después del interregno de Yeltsin, con más vodka que sangre en las venas, regresó lo peor de la URSS con el KGB Putin. Lo anunció Maquiavelo en los Discorsi: “Y como el reconducir a una ciudad a una verdadera vida política presupone un hombre bueno, y volverse, por la violencia, príncipe de una ciudad presupone uno malo, sucederá rarísimas veces que un hombre bueno quiera llegar a ser príncipe por malos caminos, aunque su fin sea bueno, o que un hombre malo que se ha convertido en príncipe quiera obrar bien, y le quepa en la cabeza emplear para el bien aquella autoridad que ha conquistado con el mal. De todo lo dicho se deduce la dificultad o imposibilidad que existe en una ciudad corrupta para mantener una república o crearla de nuevo”. Estaba escrito.
Entretanto EE.UU, al sentirse dueño de un mundo ya unipolar, también acabó relajándose y dejó crecer a China -hasta la Pandemia agazapada- al punto de amenazarle como 1ª potencia mundial. La buena nueva de un Presidente no blanco, Obama, vino acompañada de un viraje del Partido Demócrata al socialismo, y de la tibieza militar, al permitir a Irán reemprender su programa nuclear pseudocivil. Si el prepotente Putin amenaza hoy con convertir el mundo en una barbacoa, qué no serían capaces de hacer auténticos zumbados, como los ayatolás iraníes. Biden no es sino la confirmación socialdemócrata y buenista de Obama, como se ha visto claro en Afganistán y en su bloqueo ante la agresión de Putin. Y mientras China, con una vela a Dios y otra al diablo, espera sentada a que la guerra en Europa favorezca su gran aspiración.
A la Unión Europea no le queda otra que rearmarse, con mando militar unificado, voz propia dentro de la OTAN y auténtico potencial de disuasión, táctico y estratégico, también de carácter nuclear. Alemania ya ha dado el primer paso con la atribución constante de al menos el 2% del PIB a Defensa. Lo mismo hay que exigir a los demás Estados de la UE, incluida España, que apenas dedica el 0,8%, pues gobernantes impresentables de todos los partidos, la han dejado prácticamente indefensa ante un conflicto. La invasión de Ucrania deja claro que Europa ha de tener una política de Defensa que merezca este nombre. Y el tiempo apremia.
Emilio Suñé Llinás es Catedrático de la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense de Madrid.