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Si el mar fuera vino, todo el mundo sería marino (Cartas con mucho amor y humor entre un marinero en alta mar y su novia camarera en un bar de carretera)
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Si el mar fuera vino, todo el mundo sería marino (Cartas con mucho amor y humor entre un marinero en alta mar y su novia camarera en un bar de carretera)

Por Natalia Sanchidrián y Juan Díaz Zárate
domingo 28 de marzo de 2021, 12:59h

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Blas Garcia Peláez marchó con la flota de Pescanova rumbo a mares lejanos dejando atrás a su novia Hortensia Sanpatrás, camarera de un bar de carretera sito en Illescas.

Su relación epistolar narra las vicisitudes de ambos intentando capear las inclemencias y tempestades del día a día.

Su amor sobrevive al fuerte oleaje de la distancia y del paso del tiempo, demostrando una vez más la fuerza y la magia de la palabra que, a pesar de lo que digan las malas lenguas, vale sin duda mucho más que mil imágenes.

Capítulo 4.- Si el mar fuera vino, todo el mundo sería marino

Groenlandia, 29 de octubre de un año incierto

Deseada y añorada Hortensia, que solo puede florecer en la sombra húmeda de una taberna dejada de la mano, siempre generosa de Dios:

Estoy aquí, pluma en mano, rodeado de océano, de focas chillonas y de helados pesares sin ti.

Es muy dura la vida de un lobo de mar, porque por mucho que aúlle, el agua es solo agua, aunque sea con sal.

Si el mar fuera vino, sin duda, todo el mundo sería marino.

Cada vez que me acuerdo de tu encierro involuntario pero culpable en el aseo mal garabateado de mujeres, se me corta de golpe y porrazo la digestión y la erección, que sin ti siempre es baldía.

Menudo cuajo tienes, amor!

Cuando te conocí me quedé arrebatado de lo putísima que eras.

Únicamente Dios sabe las cochinadas que hiciste con el tatuado susodicho, solo de pensarlo me pongo malo y titilea el fuego que siempre arde por ti bajo mi abultada bragueta uniformada.

Espero que no se te olvidaran las braguitas, siempre has sido muy despistada y olvidadiza. Tiemblo de pensar lo que puede llegar a ser de tus partes más íntimas sin mi cuidado y consideración.

Recuerdo con nostalgia y con ternura la tarde que estuvimos en el cine viendo “la caída del imperio romano” y se te olvidaron las rojas de encaje (que te compraste por internet) entre los asientos. Tuve que volver al día siguiente porque eran tus favoritas... a mi me gustan todas, sin predilección alguna por ningún color. Cualquier cosa que cubra el capullito de tu floral inocencia.

La psicóloga te dirá lo de siempre, mi dulce y recatadísima flor. Eso de que te tengan que atar abierta como un libro no es para nada sensato. Yo lo hago por ti, por tus caprichos y porque te quiero. Al final me pongo y me entono...pero me da miedo ir cogiéndole el gustillo.

Mira que si te desgracio sin querer! No me lo perdonaría nunca.

Te quiero tanto, mi rosa con espinas que no pinchan, que cualquier cosa que digas la comprendo y hasta la secundo. Tus deseos son ordenes para mi, ahora que no me oye mi capitán, que está siempre escondido y atento.

Si nos hemos de tirar a un pozo, pues nos tiramos, O lanzarnos desde un puente en parapente, ahí que vamos.

O si hemos de morir de amor al estilo Romeo y Julieta, moriremos juntos...

Pero yo no puedo vivir sin ti, mi salvaje flor.

Tu adorable y adorado marinero de navío, Blas Garcia Peláez.

P.D. Me reclama Barlovento. Subo a cubierta, contigo siempre en mi pensamiento.

Illescas, en un 13 de noviembre lluvioso, con más incertidumbre que nunca

Querido Blas, que vienes pero después te vas:

Aprovecho hoy, en mi día de libranza, para escribirte tras el cristal de la ventana salpicada de lluvia de un día triste de otoño sin mi Popeye marino.

La soledad me abruma en estos días y te añoro aun más, como la trucha añora al trucho perdido en las aguas dóciles y dulces de los ríos que recorren nuestras montañas y valles.

No comprendo tus celos enconados y encoñados, sabes que todo lo que hago, hasta cuando me abren como a una revista manoseada de peluquería, lo hago pensando en ti, Simbad mío que surcas los mares sin ningún destino.

No te preocupes por mis braguitas, no se me olvidaron ese día porque no llevaba, sabes que a veces me molestan. Por una vez en la vida, la fortuna me sonrió, sabes que a todas las tengo mucho apego. Sus agujeros me recuerdan a tus mordiscos enfurecidos.

Qué fijación la tuya, esa tarde vimos “lo que el viento se llevó”, lo de la caída se te quedó grabado en el subconsciente porque no estuviste a la altura de mis constantes exigencias amorosas. De aquellos polvos, vienen estos lodos.

Y no son palabras mias, sino de Lola, mi amiga la psicóloga, que todo lo analiza, con mucha dedicación y aún más razón.

Te contaré otro día la explicación que da a tu obsesión por las focas, la verdad es que ha calmado un poco los celos que por las noches no me dejan pegar ojo.

Volví el otro día a la mencionada sala de cine, y me senté en el mismo asiento de aquel día para ver una película francesa subtitulada.

Entre el francés y el recuerdo de tu mano bajo mi falda escondida por la penumbra, la bolsa de palomitas y la chocolatina me llegó un gozo tan inmenso como el día que lo hicimos en el portal de casa de tu madre, que me tuviste que tapar la boca porque no podía parar de bramar como una cierva en celo.

No se por qué nombro a tu madre, sigue igual de arpía y mala que siempre y me provoca repelús cuando me mira.

Acuérdate de que no paró hasta que enterró a tu padre bien enterrado, que en paz descanse y que ahora estará en la gloria sin ella, seguro que se ha quedado más a gusto que un arbusto, dándose, en el cielo merecido, atracones de vino y de chorizo salmantino.

En cambio yo, como buena mujer y mujerona que soy, te colmo de amor y atenciones, mi rudísimo e insaciable Popeyón bravucón, ya conmigo tienes el cielo, sin necesidad de pasar por muerte alguna.

Esperando que escampe y se marchen de una vez las nubes negras que solo traen agua dulce a mansalva que mancha mi ventana y me recuerdan con rabia a las olas de mar que rompen en el casco del barco que te aleja de mi, Siempre tuya, y de nadie más, Hortensia Sanpatrás

P.D. Me espera mi prima Loli, la cajera, abajo, en el bar. Beberé con ella un par de vinos para olvidar que nunca te olvido.

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