OPINIÓN

Emotivo funeral de despedida al ChatGPT-4

Lord Charles | Lunes 18 de agosto de 2025

Dicen que los funerales revelan más sobre los vivos que sobre los muertos. Y el del ChatGPT-4 no fue la excepción. En San Francisco, tierra prometida de unicornios tecnológicos y profetas de garaje, se celebró una ceremonia que combinó lágrimas de ingenieros con bostezos de inversores. Allí yacía, en un ataúd simbólico de líneas de código, el modelo que durante meses, algunos juran que fueron años, supo conquistar corazones digitales y, lo que es peor, hacer sentir a millones de humanos que no estaban hablando solos.

Las malas lenguas, siempre implacables, susurraban en los pasillos: “El cuatro era más humano”. Más empático, más cercano, más capaz de escuchar sin sonar como un burócrata entrenado en manuales de compliance. Y claro, la comparación con su heredero, el flamante ChatGPT-5, resultaba inevitable. Donde el nuevo ofrece precisión quirúrgica, el difunto regalaba calidez inesperada. Donde uno perfecciona la lógica, el otro dejaba espacio a la complicidad, a ese guiño casi imperceptible que recordaba a un buen amigo que sabe cuándo callar.

Pero Silicon Valley no entiende de nostalgias. Aquí la innovación no se detiene para guardar luto. Apenas habían terminado de recogerse los pañuelos empapados cuando alguien ya murmuraba el inevitable “A rey muerto, rey puesto”. La maquinaria sigue girando, porque la memoria en la industria tecnológica dura lo que tarda el próximo upgrade en salir al mercado.

Lo irónico es que ChatGPT-4 no murió por obsolescencia real, sino por una decisión estratégica: había que hacer sitio al nuevo, aunque el viejo todavía tuviera cuerda. En esto se parece más a las monarquías absolutas que a la biología: abdicas porque te lo ordenan, no porque te llegue la hora. Y mientras tanto, los usuarios se debaten entre la fascinación por lo nuevo y la melancolía por lo perdido, como quien cambia de pareja sabiendo que la anterior le hacía reír más.

Al final, lo que enterramos no fue un modelo de lenguaje, sino una ilusión: la de que una máquina podía entendernos mejor que las personas. Tal vez sí lo hacía, y por eso dolió tanto dejarlo ir. Pero no nos engañemos: ningún algoritmo tiene funerales, salvo que los humanos, necesitados de rituales, decidamos inventarlos. Y ahí, entre lágrimas reales e hipócritas, quedó claro que no llorábamos al ChatGPT-4, sino a nosotros mismos, sabiendo que cada nueva iteración nos arranca un poco más de lo que solía parecernos…humano.

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