OPINIÓN

Carta semanal del obispo de la Diócesis de Sigüenza-Guadalajara : Hermanos todos

REDACCION | Viernes 09 de octubre de 2020
El pasado día 3 de octubre, el papa Francisco, después de celebrar la Santa Misa sobre la tumba de San Francisco de Asís, firmaba la tercera encíclica de su pontificado, que lleva por título “Fratelli tutti” (Hermanos todos). En la misma, el Santo Padre, inspirándose una vez más en el mensaje de Jesús y en el testimonio de San Francisco, nos invita a vivir como hermanos en la casa común que el Padre nos ha regalado.

La encíclica, escrita desde unas profundas convicciones cristianas, es una invitación al diálogo con todas las personas de buena voluntad y a la práctica de la cultura del encuentro. Ante los comportamientos de quienes pretenden dividir, ignorar o eliminar a sus semejantes, destruyendo los vínculos fraternos que nos unen a todos los seres humanos, el Santo Padre nos invita a practicar el diálogo, a no quedarnos solo en las palabras y a reaccionar con un bello sueño de fraternidad y amistad social.

Ahora bien, el auténtico diálogo debe partir del reconocimiento de la dignidad humana y avanzar con paso firme en la defensa de la misma. Por eso, ante los sufrimientos de tantos hermanos que experimentan cada día los efectos de la injusticia, de los conflictos sociales, de los enfrentamientos armados, del olvido de la historia y de la globalización de la indiferencia, es preciso que entre todos recuperemos el valor primario de la dignidad de cada ser humano y el respeto escrupuloso de sus derechos, especialmente de los pobres, de los discapacitados y de los que no son útiles.

“Anhelo que en esta época que nos toca vivir, reconociendo la dignidad de cada persona, podamos hacer renacer entre todos un deseo mundial de hermandad, pues nadie puede pelear la vida aisladamente. Se necesita una comunidad que nos sostenga, que nos ayude y en la que nos ayudemos unos a otros a mirar hacia delante” (FT, n. 8).

El olvido de los derechos y de la dignidad de la persona favorece el debilitamiento de los sentimientos de pertenencia a una única familia y oscurece el sueño de construir juntos la justicia y la paz. La indiferencia cómoda y globalizada, que impera en la sociedad, es hija de una profunda desilusión que se esconde detrás del engaño de creer que el ser humano lo puede todo con sus esfuerzos. Cuando caemos en este engaño, podemos llegar a olvidar que estamos en la misma barca y que nos necesitamos unos a otros.

Sin ocultar las dificultades del camino, el Santo Padre, con mirada esperanzada, invita a cada persona, creyente o no creyente, a comenzar de nuevo en nombre de la fraternidad que nos une a todos y a practicar el amor, la compasión y la solidaridad. Esto nos impulsará a buscar el bien común, el bien de cada ser humano en todos los momentos de la vida, pues una sociedad sana es la que se ocupa de la salud de todos los ciudadanos.

El aislamiento de los demás y la cerrazón sobre nosotros mismos o sobre nuestros intereses personales no pueden ser jamás el camino que hemos de recorrer para devolver esperanza a todos y para lograr una renovación social. Solo la cercanía y la cultura del encuentro pueden generar confianza y verdadera esperanza ante el futuro.

Con mi sincero afecto y estima en el Señor, un cordial saludo.

Atilano Rodríguez, Obispo de Sigüenza-Guadalajara




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