OPINIÓN

Carta semanal del obispo: “El relativismo práctico”

Martes 05 de marzo de 2019

La evangelización y la transmisión de la fe no es una empresa individualista y solitaria, sino una responsabilidad comunitaria y solidaria. En virtud del bautismo, los cristianos hemos sido incorporados a Cristo y a su Iglesia para vivir como criaturas nuevas y para ser testimonio de comunión y de fraternidad para nuestros semejantes. Esto quiere decir que todos los cristianos hemos de cuidar con esmero la vida espiritual.

Ciertamente, hemos de ser conscientes de las dificultades para la transmisión de la fe como consecuencia de la secularización de la sociedad, de la indiferencia religiosa y de la cerrazón de algunos hermanos a la trascendencia, pero no debemos olvidar que el impulso de la nueva evangelización en este momento de la historia depende ante todo de nuestro modo de ser Iglesia y de nuestra experiencia del seguimiento de Jesucristo.

La falta de frutos en la acción evangelizadora no depende fundamentalmente de las dificultades externas o de la secularización de la sociedad, sino que es, ante todo, un problema eclesiológico y espiritual. Por eso, antes de salir en misión y para poder ser misioneros, todos los agentes de pastoral debemos plantearnos nuestra disponibilidad para vivir la comunión eclesial y para hacer posible desde ella una auténtica fraternidad.

Debido a nuestra pertenencia a la sociedad, el relativismo cultural y social, aunque no seamos conscientes de ello, nos afecta a todos, a los creyentes y a los ateos. Por eso, el papa Francisco nos pone en guardia contra los peligros del “relativismo práctico” para la vivencia de la fe y de la comunión. Este relativismo consiste en actuar “como si Dios no existiera, decidir como si los pobres no existieran, soñar como si los demás no existieran, trabajar como si quienes no recibieron el anuncio no existieran” (EG 80).

Cuando un cristiano cae en este relativismo práctico, en vez de vivir con un dinamismo misionero que le ayude a ser luz y sal del mundo, experimenta el temor ante las responsabilidades pastorales que se le puedan confiar y huye de cualquier compromiso que le impida organizar su tiempo libre. En estos casos, la evangelización se contempla y asume más como una carga pesada que como verdadera respuesta al amor de Dios, que es quien nos convoca a la misión y nos promete ser fecundos en la acción pastoral.

El tiempo cuaresmal, tiempo de gracia y de conversión, puede ser una magnífica ocasión para que cada bautizado salga al desierto y escuche la Palabra de Dios. De este modo, podremos descubrir si nuestra vida cristiana y la acción evangelizadora se fundamentan en Cristo, piedra angular de la Iglesia, o nos dejamos arrastrar por el individualismo y el relativismo cultural.

Con mi sincero afecto y estima, feliz día del Señor.

Atilano Rodríguez, Obispo de Sigüenza-Guadalajara


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