OPINIÓN

Carta semanal del obispo: “Cambiar el mundo”

Martes 16 de octubre de 2018

El lema elegido por las Obras Misionales Pontificias para la celebración de la Jornada Mundial de las Misiones (Domund), nos invita este año a poner los medios a nuestro alcance para “cambiar el mundo”. Este lema puede provocar en muchas personas una sonrisa burlona; para otras, puede parecer una gran insensatez al constatar el egoísmo y la avaricia con los que actúan tantas personas o instituciones en nuestros días.

Sin embargo, cuando nos paramos a pensar en la labor de la Iglesia y en la agotadora actividad evangelizadora y humanitaria que realizan los misioneros, podemos percibir que sí es posible cambiar el mundo. Los pequeños o grandes gestos de amor que llevan a cabo cada día, impulsados por el Espíritu Santo, son los que cambian el mundo, pues hacen posible la transformación de las personas con las que conviven.

Todos los cristianos podemos y debemos mostrar este amor de Dios a nuestros semejantes. Para ello, es preciso avanzar en la conversión, en el cambio de mente y de corazón. Si nos dejamos atraer por el amor de Dios y le permitimos ser el centro de nuestra vida, podemos vencer el egoísmo, afrontar el individualismo, descubrir las necesidades de los demás y salir a su encuentro para ayudarles a solucionarlas.

Quienes pretendemos recorrer este camino, fundamentados en Cristo, sabemos muy bien que, en medio de las dificultades de cada día, el Señor camina con nosotros, nos lleva de la mano y nos levanta cuando caemos. Él da siempre su gracia a quienes emprenden este camino, que es el camino de los discípulos misioneros. Los que experimentamos el amor de Dios, manifestado en la entrega incondicional de Jesucristo al Padre y a los hermanos, sabemos que la propagación de la fe por medio del amor exige corazones abiertos y dilatados por el Amor.

En este día del Domund, elevemos nuestra acción de gracias al Padre celestial por tantos cristianos, jóvenes y adultos, hombres o mujeres, que arriesgan cada día la propia vida para ofrecer la alegría del Evangelio a sus hermanos en países de misión o en nuestra propia tierra. Oremos especialmente por nuestros misioneros diocesanos, colaboremos con ellos en sus necesidades y miremos al futuro con esperanza.

Las dificultades para la misión son muchas. En ocasiones, éstas tienen su origen en nuestras incongruencias y comodidades a la hora de vivir la fe. Por eso, reconociendo nuestras flaquezas, no tengamos miedo a entregar la propia vida a Dios y al servicio de los hermanos. No pongamos límites a las grandes acciones y concentremos nuestro compromiso en los pequeños gestos de amor de cada día. De este modo, Dios, sirviéndose de nuestra pequeñez, podrá cambiar el mundo.

Con mi sincero afecto y bendición, feliz día del Señor.

Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara


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