OPINIÓN

Carta semanal del obispo: El pecado del “habriaqueísmo”

Carta semanal del obispo de la Diócesis de Sigüenza-Guadalajara

REDACCION | Martes 02 de agosto de 2016
Los cristianos podemos descubrir en la Palabra de Dios y en el Catecismo de la Iglesia Católica las orientaciones adecuadas para iluminar nuestros comportamientos en la vida personal y en las relaciones sociales. Cuando nos cerramos en nosotros mismos o en los criterios culturales del momento, sin abrir la mente y el corazón a las enseñanzas de Jesús, corremos el riesgo de caer en el subjetivismo y en la confusión.

Si aplicamos a la Iglesia los criterios culturales y sociales del momento, no sólo nos equivocamos sino que podemos llegar a una concepción de la misma equiparable a la de cualquier organización cultural o social. Quienes contemplan la Iglesia bajo este prisma, olvidan que ésta, ante todo, es la Iglesia de Jesucristo, edificada sobre la roca de los apóstoles, y guiada constantemente en su misión por el viento impetuoso del Espíritu que sopla como quiere y donde quiere.

Partiendo de esta concepción equivocada, muchos bautizados, a pesar de confesar su pertenencia a la Iglesia católica, se sitúan en la práctica fuera de ella. En vez de sentirse miembros vivos de la comunidad cristiana y, por tanto, con una misión concreta en la misma, se conforman con verla y juzgarla desde fuera, como meros espectadores. La gracia de Dios, la vocación y misión de cada bautizado y la constante actuación del Espíritu en la celebración de los sacramentos, que son aspectos fundamentales de su ser y de su identidad, quedan relegados a un segundo plano.

Estos hermanos, que juzgan la misión de la Iglesia desde la lejanía y el desconocimiento de la vida de la comunidad cristiana se conforman con señalar a los demás lo que ésta tendría que hacer. Sin conocer las verdaderas razones y motivaciones de quienes tienen responsabilidades en ella, critican con amargura sus enseñanzas y sus manifestaciones públicas. De este modo se convierten en jueces de los demás, pero sin dejarse juzgar ellos por nada ni por nadie.

El papa Francisco, al referirse a estos hermanos, califica sus comportamientos con el apelativo del “habriaqueísmo”. Este es el pecado, en el que incurren aquellos cristianos que, como maestros espirituales, se dedican a señalar desde fuera lo que la Iglesia tendría que hacer o decir en cada momento, pero sin asumir ningún compromiso.

Ciertamente, la Iglesia necesita realizar cambios en la acción pastoral para responder a la nueva y cambiante realidad social. Asimismo necesita convertirse cada día al Señor para mostrar en todo momento su santidad. Pero, la búsqueda de estos nuevos caminos para mostrar el amor misericordioso de Dios a cada ser humano, no podrá realizarla nunca desde criterios humanos ni desde planteamientos mundanos, sino desde la escucha constante de la Palabra de Dios y desde la identificación con los sentimientos de Jesucristo. En este sentido, no deberíamos olvidar nunca que para que la Iglesia cambie, antes hemos de cambiar y convertirnos a Dios cada uno de sus miembros. Con frecuencia, pretendemos que cambien los demás sin pararnos a pensar en qué tenemos que cambiar nosotros.

Si la Iglesia quiere renovarse en serio, cada uno de sus miembros hemos de permanecer con la mirada puesta en Jesucristo, acogiendo su Palabra y celebrando su presencia salvadora en los sacramentos. El éxito apostólico y los frutos de la acción pastoral nunca vendrán de las críticas a los demás ni de las muchas acciones que nosotros realicemos, sino de la vivencia de la propia vocación y de la experiencia gozosa de la comunión eclesial, haciendo cada bautizado lo que Jesucristo quiere de nosotros. En todo momento hemos de actuar con la confianza de que el Señor nos invita a sembrar la Buena Noticia a manos llenas, pero pidiendo al Espíritu que haga germinar la semilla.

Con mi sincero afecto y estima, feliz día del Señor.

Atilano Rodríguez, obispo de Sigüenza-Guadalajara

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