LA opinión
Antonio Herráiz
Miércoles 22 de octubre de 2014
Mi abuelo Martín siempre tuvo mulas. De aquello hace ya más de 20 años pero aún recuerdo los nombres de las últimas: Castaña, Torda y Estrella. De niño me encantaba montar en ellas, bien encima de sus lomos o dentro del serón de la albarda.
El día que tocaba trillar y nos subíamos encima del trillo que arrastraba la mula era también todo un acontecimiento. A mi abuela Amalia no le hacía ni pizca de gracia y advertía a Martín que algún día acabaríamos en el suelo con la mula encima. Sobre todo, le producía pavor que montáramos al subir la empinada cuesta que va desde el valle del río Ungría hasta Fuentes de la Alcarria. Nunca pasó nada. Es una lástima que ni Rubalcaba ni Pere Navarro (el director de la DGT) me hayan consultado porque les habría recomendado una buena campaña publicitaria para promocionar las mulas como medio de transporte. Ya les digo que nunca nos tiraron al suelo, con lo que cumplirían el requisito de evitar los accidentes. La Estrella era la más rápida pero creo que no llegaba a los 110 kilómetros por hora, así que no seríamos multados. Contaminan muy poco y su consumo no es demasiado elevado: mucha paja y algo de pienso. ¿Qué te parece Alfredo? Además, ahora que te veo tan sensibilizado con el ahorro de energía se me ocurre otra cosa. Les puedes imponer a las gentes del Señorío y de las zonas más frías de Guadalajara que apaguen la calefacción. En lugar de un jersey que se pongan dos. Y todos al brasero y con sabañones. Y para cocinar los infiernillos Primus bajo la luz de los quinqués. Sólo nos faltaría el aceite de ricino, como en la canción de Sabina.◆