Editorial
Miércoles 22 de octubre de 2014
Si hacemos un análisis objetivo de la realidad económica de nuestro país, la conclusión es clara y evidente: ha sido un año para olvidar, horrible desde todos los puntos de vista de la economía, la política y hasta el desarrollo social. El paro se ha convertido de nuevo en la tragedia nacional, habrá que trabajar dos años más para tener una pensión que no sabemos si será digna, las empresas cierran por falta de actividad, todo se contrata en la economía sumergida y las protestas están a pie de calle cada día, pero sin que se les vea utilidad alguna.
Y lo peor no es que se trate de problemas que afrontar y resolver, es que no hay confianza en que los dirigentes políticos españoles sean capaces de sacarnos de esto. Tanto es así, que si salimos de nuestras fronteras, nadie se fía tampoco de España en el contexto internacional, y todo apunta a que las cosas no mejorarán de manera significativa a corto plazo. Eso encarece el dinero que nuestro país está obligado a pedir fuera para subsistir e hipoteca el futuro de toda la sociedad.
La pregunta es obvia: ¿Qué podemos hacer ante tan mala situación? La única opción que le queda al ciudadano medio es aguantar. Siempre se dice que las crisis son también oportunidades, tiempo de revisión y de saneamiento. Sí, pero no. No nos engañemos. Eso se ha hecho ya, y seguimos sin levantar el ánimo ni la confianza de los ciudadanos. Estamos ante una situación trágica sólo apta para corredores de fondo, para carreras en las que sólo el que aguanta gana…. Aunque en este caso no sabemos si después ganaremos algo más que una economía de subsistencia tras aguantar el tirón de esta dura crisis. A corto plazo, lo único que se puede hacer es felicitar con condescendencia la Navidad a nuestros allegados, pero sin augurar para nada un próspero año nuevo, porque seguirá siendo horribilis.◆
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