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La recuperación del carnaval en Almiruete cumple treinta años este sábado

La recuperación del carnaval en Almiruete cumple treinta años este sábado

Entre 1955 y 1964 el carnaval de Almiruete perdió fuelle, hasta dejar de salir a las calles en una fecha que siempre había tenido un círculo rojo en el calendario local

Por REDACCION
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redaccionguadanewses/9/9/19
martes 10 de febrero de 2015, 12:17h

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En 1985, un grupo de chavales y mozos que viviera en primera persona las últimas ediciones de la fiesta, volvía a salir a las calles de Almiruete, ya hombres hechos y derechos, transformados en botargas. Uno de ellos fue Miguel Mata. “Teníamos el recuerdo muy vivo, así que no tuvimos que preguntar nada a nadie”, dice. De su discurso se deduce también que todos ellos sentían muy adentro la necesidad de devolverle al pueblo una celebración que nunca se debió perder.

Treinta años después, aún se nota el alivio en su discurso. Aquel día fue muy feliz para quienes salieron, para los mayores del pueblo que lo presenciaron, y debió serlo también para las generaciones pasadas que lo habían representado puntualmente durante casi diez siglos. “Nos sentimos satisfechos y emocionados. Disfrutamos de la fiesta, y además involucramos a nuestros hijos. Creo que lo hemos conseguido, porque ahora son ellos quienes la siguen, detrás de aquellos primeros pasos”, prosigue el almiruetense.

El ritual de botargas, ellos, y mascaritas, ellas, es el centro del carnaval. Previamente, los mozos y mozas participantes llevan a cabo los preparativos en cuanto a vestimenta, que en alguna medida se retoca o actualiza cada año, eso sí, sin salirse un ápice de la tradición, y una retahíla de curiosos detalles. Desde un mes antes, cada noche los botargas ensayan en las calles de pizarra negra de Almiruete, “sin los trajes, pero con los cencerros, las albarcas y el garrote”, puntualiza Mata.

En las horas previas a la celebración, los botargas eligen el sitio en el que se van a disfrazar prestándose ayuda mutua. Si el tiempo lo permite, lo hacen en medio del monte, en las laderas empinadas de la sierra local y cada año en un lugar diferente y secreto. Sólo los intervinientes saben las coordenadas. Si llueve o nieva, quedan en alguna taina vieja a las afueras del caserío.

A las cuatro de la tarde, cuando los dieciocho o veinte botargas, según los años, están listos, el poderoso sonido de un cuerno de toro hiela la sangre de los vecinos. Se acerca el momento. La lejanía y la gravedad del eco impiden determinar con precisión por dónde aparecerán, hasta que finalmente lo hacen. Cuando llegan, exhiben orgullosos su indumentaria en un recorrido invariable al que dan tres vueltas completas. En la segunda, recogen a las mascaritas, o sea, a las mozas que también se han caracterizado para la ocasión con un atuendo que poco tiene que ver con el suyo. Ellas no parten de campo abierto, sino que se citan en un lugar, igualmente íntimo, pero en el entorno doméstico del pueblo.

Botargas y mascaritas se eligen y emparejan, con la dificultad que entraña reconocerse, porque tanto unos como otras llevan la cara y el resto del cuerpo cubiertos, incluidas las manos. El tercer y último giro, que termina en la plaza, lo hacen desfilando en dúos. Cuando por fin termina la ruta por el pueblo, los botargas recogen las espadañas, que han escondido previamente, mientras que las mascaritas hacen acopio del confeti de colores que han recortado y que guardan, igualmente, a buen recaudo. Juntos esparcen soplando las pelusas de las espadañas y los papelillos de colores sobre la muchedumbre que se agolpa en el lugar. El aire distribuye unas y otros caprichosamente, haciendo que se peguen a la ropa de los asistentes. Mientras cae la lluvia de la fertilidad, la pelusa, los botargas, cometiendo una pequeña maldad, ensucian la cara a las mujeres que no se han vestido “con tizne de la sartén o con algo de grasa que manche, pero sin abusar”, dice Mata.

Sólo entonces los disfrazados descubren sus caras en la plaza, dándole así comienzo a la segunda parte del ritual, que son las carreras tras el botillo de vino. Antiguamente, los botargas subían a la casa consistorial donde adrede se encontraban reunidos los casados y las autoridades municipales. Tras un brindis del alcalde, se intercambiaban algunos tragos de vino y, seguidamente, se lanzaba el botillo de vino por una ventana la plaza. El que lo cogía al vuelo, corría que se las pelaba al campo con él, apurando a la carrera algún sorbo al vuelo hasta que el resto de botargas recuperaban la bota. Esta misma liturgia se mantiene en el mismo edificio con los asistentes, puesto que Almiruete no cuenta ya con Ayuntamiento propio.

“Cuando se le da caza al ladrón, entre comillas, se trae de vuelta a la plaza, que es el núcleo de la celebración. Y vuelta a empezar”, relata el almiruetense. Como las mascaritas no corren tras la bota, a eso de las cinco de la tarde, los dulzaineros, normalmente provenientes de Sigüenza o Guadalajara, empiezan a tocar allí mismo. Los presentes se arrancan con los bailes, en medio de la alegría general.

Cuando cae la tarde, se enciende la lumbre para asar la carne que va a compartir el pueblo. Una semana antes los almiruetenses han embutido unos cuantos kilos de chorizo que se unen a la panceta para ser asados en las ascuas. El baile sólo se interrumpe por este motivo. Cuando cae la noche, un par de grupos de botargas y mascaritas recorren en ronda las casas de Almiruete para pedir el somarro, o sea lomo de cerdo, chorizo, tocino, huevos o, en general, “cualquier cosa que se pueda comer o beber para seguir la fiesta en la cena”. Antiguamente, los vecinos entregaban productos de la matanza recién hecha, otras viandas o dinero “que luego se empleaba única y exclusivamente para mantener viva la tradición y reponer los materiales necesarios”, prosigue Miguel. Con la “recaudación” botargas y mascaritas cenan juntos en un lugar igualmente anónimo. A partir de las nueve, de nuevo suena la música, pero esta vez para los que tienen el valor de desafiar el frío en la plaza.

En medio de las carreras tras el botillo, suelen aparecer también otros tres personajes: el oso, el domador y la vaquilla. El primero “ataca” a la gente, mientras el domador “lo retiene en lo posible”. La vaquilla hace esto mismo, pero sin control humano y “siempre en sentido figurado”, puntualiza Miguel, llevando sobre los hombros y la espalda una estructura de madera que corona una cornamenta real, de toro, sujeta a las tablas, y completamente cubierta por una manta negra, pelada, que envuelve hasta los pies a quien va debajo.

LOS DISFRACES
El disfraz de mascarita
De pies a cabeza, el disfraz comienza por unas alpargatas con suela de esparto, hechas de lona blanca, y atadas con cordones de este mismo color, común a todas las prendas de la vestimenta. Las medias, a juego, son de algodón o lana. Las mozas llevan unos pololos que confeccionan ellas mismas, decorados con puntillas y otros adornos. La enagua que les cubre hasta los pies es igualmente artesanal, con puntilla y volantes. El delantal tiene un gran bolsillo delante, y adornos de claveles, rosas u hojas de hiedra, como la enagua, porque soportan bien las temperaturas, y los malos tratos derivados del roce y ajetreo del día. La blusa tiene volantes y puntilla.

Las mascaritas van cubiertas con un mantón sobre los hombros, sujeto al pecho con alfileres. El antifaz es un trapo al que se le abren orificios para ojos, nariz y boca, que cada una decora a capricho, con pájaros, flores o plantas, en este caso pintando de colores la tela inmaculada. El sombrero es de paja, de tipo segador o pamela. Se forra con una tela blanca, a juego con el resto del equipamiento, también con puntilla en todo el perímetro del vuelo, una flor en lo alto del sombrero y un lazo que rodea el copete. Las manos de las mascaritas se recubren con guantes para que ni aun así puedan ser reconocidas.

El disfraz de botarga
Sin duda, es más rudimentario. De pies a cabeza, calzan abarcas y calcetines de lana de oveja hechos a mano en Almiruete. Unas polainas de cuero les cubren las piernas. Más arriba, calzón blanco. Ambas prendas se visten encima de un pantalón que protege del frío. La camisa es blanca, sin adornos. A la altura de los hombros va decorada con unos flecos rojos de unos veinte centímetros de largo. Una rosa roja engalana cada hombro. El faldón de la camisa se adorna con estos mismos flecos rojos. La careta la diseña cada botarga a su gusto. Suele ser de cartón. En general, procuran no utilizar plásticos, ni materiales que no estuvieran disponibles en el medio rural de antaño en la confección del disfraz. También puede estar hecha de madera, aprovechando troncos con formas llamativas que luego se pintan de color o se añaden elementos extraños, que causen miedo en la gente. El gorro es una tiara con un solo pico adelante, que se adorna con flores y papelillos de colores. Después se sustituye por un sombrero de paño negro adornado con una rosa blanca. A la cintura va una sarta de cencerros, cuatro o cinco, de en torno a 20-22 centímetros de largo. No han de rozarse entre ellos. Van sujetos a una cuerda, anudados para que no se desplacen o golpeen cuando los botargas están en marcha. La cuerda se prolonga desde la cintura por un hombro hasta volver a enlazar en la espalda con ella. Igualmente sucede en el otro hombro, de manera que los cencerros quedan fijados a la cintura y a la espalda. Sobre la camisa llevan una faja antigua de lana negra. Puesta sobre el cuello, la mitad de la prenda debe colgar por cada lado. Entonces se trenza dos veces sobre el pecho, y lo mismo se hace sobre la espalda, para que quede en forma de aspa por delante y por detrás. El garrote lo fabrican con tallo de olmo, roble o fresno.

Significado
Una de las interpretaciones que le dan los almirueteños a su fiesta de carnaval es que se trata de un aviso sobre la necesidad de despertar del letargo invernal, porque llega la primavera. La naturaleza se reinventa y comienzan a prosperar los sembrados, de los que dependen las futuras cosechas. Es necesario que retomar las tareas sobre todo agrícolas, entre otras. Por otro lado, dicen que la fealdad de las máscaras y el ruido de los cencerros ahuyentan los malos espíritus, que podían afectar negativamente el desarrollo de la vida cotidiana de personas y animales. Además, hay quien ve en ello un homenaje al oficio y vida de los pastores.

Para los que han vivido en el pueblo una vida pobre, el carnaval está cargado de sentimiento porque representa la forma de vida de quienes les precedieron, que sus herederos tienen la obligación de preservar con cariño, respeto y admiración hacia ellos. “Muchas personas que no han conocido la vida en el medio rural se han involucrado de tal manera que sin ellos y ellas sería difícil mantener viva esta milenaria tradición. En todo caso, creo que debemos evitar la incorporación de elementos modernos que deterioren o modifiquen tanto la indumentaria como el fondo de la celebración”, termina Miguel.

BOTARGAS Y MASCARITAS DE ALMIRUETE. 14 DE FEBRERO DE 2015
16:00 HORAS. Salida de botargas y mascaritas por las calles del pueblo.

17:00 HORAS. Salida del oso, la vaquilla y el domador.

17:30 HORAS. Carreras tras el botillo y bailes populares.

20:00 HORAS. Somarro.
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