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EL PAÍS ha tenido acceso al texto íntegro de la carta del joven de Granada que escribió lal papa Francisco denunciado abusos sexuales

“Querido santo padre: Jamás tuve cama propia en la casa parroquial, tenía que dormir en su cama a diario”

“Querido santo padre: Jamás tuve cama propia en la casa parroquial, tenía que dormir en su cama a diario”

“Las prácticas sexuales más frecuentes iban desde masajes a masturbaciones y besos en la boca”, cuenta el joven al papa Francisco.

martes 25 de noviembre de 2014, 00:58h

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“Querido santo padre: (…) tengo 24 años y soy miembro supernumerario del Opus Dei”. Con estas palabras, precedidas del nombre completo de la víctima (que se omite porque era menor de edad cuando sucedieron los hechos), empieza la carta que, antes del verano, escribió un joven de Granada al papa Francisco y a cuyo texto íntegro ha tenido acceso EL PAÍS.

Lo que nunca imaginó el remitente es que el propio Papa le iba a telefonear a su móvil para pedirle perdón “en nombre de la Iglesia de Cristo”, expresarle su solidaridad ante el “sufrimiento” que había vivido durante su adolescencia como monaguillo de una parroquia de Granada, san Juan María de Viannei, y asegurarle que se iban a depurar responsabilidades. Cuando la víctima, dentro de su coche, estaba detenido en un semáforo a las 17.23 horas del 10 de agosto, al otro lado de un teléfono de número desconocido alguien dijo: “¿Hablo con el señor…?” “Sí, soy yo, ¿quién llama?” “Buenas tardes, hijo, soy el padre Jorge”.

“No conozco a ningún padre Jorge”, respondió el conductor, de pelo rubio y ojos claros. El papa se llama Jorge Mario Bergoglio. “Hijo, serénate, soy el papa Francisco”. El joven se quedó helado. Fue cuando el Papa le pidió disculpas, entre otras cosas, “por este gravísimo pecado y gravísimo delito”, dijo.

Francisco había leído su carta, cuyo contenido es sobrecogedor y que ha destapado el caso de un sospechoso y nutrido grupo de sacerdotes de Granada, muy amigos entre sí, que captaban a monaguillos para la parroquia con el pretexto de infundirles una vocación religiosa pero que, en realidad, escondían un submundo de prácticas sexuales desenfrenadas no exentas de orgías y masturbaciones colectivas. Pero con menores de por medio. Un juez de Granada ha abierto diligencias, que están bajo secreto, por agresiones sexuales continuadas en el tiempo.

El origen de esta investigación es la carta enviada al papa Francisco, aunque posteriormente la víctima acabó acudiendo a una comisaría y ampliando y detallando los hechos que describe en su misiva.

El joven empieza diciendo al Papa que por su vida han pasado “nueve sacerdotes” que le han “causado mucho daño” a él y, al menos, a “otras cuatro personas” que, explica, “han debido pasar el mismo tormento que yo”. Y detalla los nombres completos de cuatro curas. En concreto se refiere al supuesto cabecilla del clan, R. M., al que define como “el director”, y luego aporta las identidades de F. J. (uno de los jueces eclesiásticos de la diócesis) y el de los también sacerdotes M. M., A. M. y el de J. C. M. Tras la intervención papal, el Arzobispado de Granada abrió una investigación canónica y apartó a tres de estos sacerdotes de sus oficios religiosos. “Entre estos sacerdotes”, recuerda en la carta la víctima, “hay dos parejas de hermanos”. Todos ellos, añade, “venden una fraternidad y filiación poco común entre sacerdotes”.

La misiva contiene pasajes muy duros y dramáticos. Cuenta el joven que empezó a acudir a la citada parroquia, en la que hizo catequesis y la comunión cuando solo contaba “siete años de edad”. Tiene otro hermano y sus padres viven en los aledaños del templo. Toda esa actividad parroquial fomentó, señala el entonces menor, “mi relación, confianza y cercanía con R.” (en alusión al considerado jefe del clan, integrado por los citados nueve curas, y dos seglares, y conocido en Granada como Los Romanones).

Esa confianza se tradujo pronto en el inicio de visitas, “los domingos por la tarde”, a una casa situada en la calle Pavía de Granada, en el barrio del Zaidín, y propiedad de uno de los miembros del clan, en la que, entre otras, solían reunirse y, en ocasiones, supuestamente, organizar orgías, en medio de proclamas a favor del sexo sin distinción. “Porque el amor es libre y eleva el espíritu”, solía decirle el cabecilla para justificar todo tipo de prácticas sexuales. Con exhibicionismo incluido.

“Hasta los 16 años”, escribió el joven al Pontífice, “mantuve un compromiso estable con la parroquia (…) pero de ir solo a misa, también empecé a visitar con frecuencia la casa parroquial. Allí pasaba fines de semana completos: estudiaba, estaba con ellos… Esto me supuso constantes discusiones con mis padres, que no entendían por qué pasaba tanto tiempo en la parroquia”.

A juzgar por su misiva, las reprimendas familiares no le hicieron desistir. Y, lejos de disminuir, creció su apego por la parroquia. “R. (el cabecilla y párroco principal de la iglesia) me convenció de que si existía la posibilidad de que yo tuviese vocación, debía participar mucho más de la vida entre ellos e ir dejando poco a poco a mi familia. (…) Siguiendo sus consejos, dejé la casa de mis padres con 17 años y me fui a vivir a la casa parroquial con R. y dos laicos”, cuyos nombres también facilita al Papa. Se trata de S. Q. y M. F. Las diligencias judiciales están bajo secreto sumarial y en periodo de investigación y se omiten los nombres para no perjudicar las pesquisas. Para convencerle de que debía separarse de su familia, el jefe del clan le reiteraba que solo acceden a la vocación aquellos que se atreven a dejar “al padre, la madre y la tierra por el reino de los cielos”.

Cuanta el denunciante que, a los 17 años, tras haber estado algún tiempo con ellos, “descubrí”, explica al Papa, “la gran farsa que este hombre [se refiere al cabecilla] tiene montada”. Nunca durmió solo. “Jamás tuve cama propia en la casa parroquial, tenía que dormir en su cama a diario”, detalla en su carta. Y tampoco tuvo cama propia en los otros inmuebles fuera de la parroquia a los que iba con ellos los domingos.

El juez que instruye este asunto investiga un total de 19 casas, pisos y chalés distribuidos por la provincia de Granada y perteneciente a los miembros del clan. Dos de ellos sumaron a esa opulenta comunidad de bienes una herencia en dinero y pisos tasada en unos tres millones de euros y que legó, en 2009, a estos curas una farmacéutica de la localidad granadina de Órgiva, cuyos vecinos siguen todavía sorprendidos por las artimañas que desplegaron algunos miembros del clan para persuadir a la entonces anciana sin descendencia de que ellos debían ser los albaceas de sus propiedades cuando ella muriera.

Cuando llegó la herencia, el remitente de la carta papal ya había huido de la parroquia (hoy es profesor universitario, y, pese a todo, aún conserva su fe); aunque en su misiva muestra su presentimiento de que, tras su marcha, otros menores hayan podido correr igual infortunio. En algunas de las viviendas del clan (entre ellas, además, un dúplex en el municipio costero de Salobreña y un chalé ubicado en la falda de Sierra Nevada, en Pinos Genil), se produjeron los abusos sexuales que indaga el juez.

“Las prácticas sexuales más frecuentes iban desde masajes a masturbaciones y besos en la boca”, cuenta el joven a Francisco. Él las mantuvo con al menos tres de los sacerdotes y un seglar, cuyos nombres concreta en su carta al Papa. En la que, “por vergüenza”, según fuentes de su entorno, apenas entra en detalles (luego ante la policía sí los dio, y de ellos se desprenden graves delitos de agresión sexual a un menor, ya que los investigadores sostienen que en estos juegos sexuales, y dada la condición de minoría de edad del denunciante, existía una situación de abuso de autoridad de los curas fruto de la dependencia creada). “Al resto de sacerdotes no los vi participar, pero sí que estaban informados de lo que se hacía en la habitación de este hombre”. Se refiere a R., principal urdidor de las actividades sexuales, en las que, supuestamente, también pudieron intervenir chicas. Alude a dos que él conoce, pero no lo afirma con rotundidad.

“Durante aquel tiempo sentí que me volvía loco: siempre me habían gustado las mujeres y me encontré que estaba viviendo una sexualidad entre hombres que además eran sacerdotes que se supone que debían vivir bajo los principios de la castidad y el celibato apostólico”.

“Querido santo padre”, continúa el denunciante, “hoy soy profesor (…), pero por culpa de este sacerdote he desarrollado un trastorno de ansiedad generalizado (…) Al terminar la selectividad en el año 2008 dejé la parroquia y la relación con R. (…) Me consta que también cometieron abusos con un amigo mío, pero se marchó al ver lo que sucedía allí. Vio la luz y pudo escapar de todo eso. Querido santo padre, este tema es de una gravedad considerable. Desde que me fui con 18 años y hasta ahora que tengo 24, jamás pensé que informaría de esto a nadie, pero me preocupa que estas prácticas se estén haciendo también con una amiga mía (…) Sé que esta carta puede ser motivo de escándalo. No busco nada para mí, pero sí me preocupa que estos señores puedan estar arruinando la vida de otros jóvenes. Mil veces he deseado contarlo todo a mis padres… pero no lo he contado a nadie. He llevado este asunto con absoluta prudencia para no desgastar a la Iglesia y a tantos ministros que hacen tanto bien a las almas. (…) Querido santo padre, entiendo que es inaceptable que estas personas puedan estar haciendo daño a niños y niñas… Le ruego que no permanezca impasible ante esto (…) Jamás he querido llevarlo a los tribunales, pero estoy dispuesto a hacerlo si es necesario”.

Tras esta carta, el denunciante recibió dos llamadas del Papa, la antes citada y otra posterior diciéndole que se llegaría hasta el final y que no le parecía bien del todo que solo tres curas hubiesen sido apartados del ejercicio en el expediente abierto por la Archidiócesis de Granada. Ahora, este asunto lo lleva un juez y es inminente que cite a declarar a los cuatro principales implicados, empezando por el considerado como presunto jefe del clan.

FUENTE : EL PAÍS


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