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El Escondite de Natalia

El Escondite de Natalia
miércoles 22 de octubre de 2014, 11:14h

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Esta semana otro nuevo titulo de El Escondite de Natalia : Zulema
Zulema

Un dulce aroma a pistacho y especias invadía la casa, despertando sus sentidos más carnales.

Se secó las lágrimas con la mano y se prohibió a sí misma llorar más.

Permitió qué el odio invadiera su corazón, apartando de esa forma la tristeza que quería dominar sus pensamientos.

Pudo oír cómo cerraba la puerta tras él y suspiró aliviada. Quitándose el velo que cubría su cara, lo arrojó al suelo, y se asomó a la ventana para comprobar que se había ido.

Rezó en voz alta para que el cielo fuera generoso con ella y no lo trajera de vuelta.

Rezó por un milagro que lo hiciera desaparecer para siempre de su vida.

Fue a la cocina para consolar su amargura con dulces pasteles hechos de frutas y miel.

Cantando tristes canciones de amor, comió dos o tres mientras lo esperaba, lamiéndose los dedos desvergonzadamente, masticando con la boca abierta como una niña salvaje, feliz por los momentos de soledad, contenta por no tener que fingir ni callar.

Unos golpes suaves pero insistentes en la puerta, la despertaron de su voluptuosa y sensual ensoñación.

Corrió a abrir ignorando que su traición le podía costar muy caro, pero nacida bajo el influjo de un planeta de fuego, su corazón rebelde no se conformaba con un matrimonio de conveniencia, fingido y mentiroso.

Junto con él entró la mala suerte en la casa, para no marcharse nunca.

El aire se llenó de signos de fatalidad que al mezclarse con los dulces aromas de vainilla y deseo, Zulema no fue capaz de descifrar.

Un bebé lloraba desde una cuna que nadie mecía. Jadeos de lujuria y pasión ocultaban su llanto.

Se desnudaron con la desesperación de los amantes prohibidos.

Se amaron una y otra vez cubiertos sus cuerpos de melaza y miel.

Su espesa barba la enloquecía cuando le chupaba el clítoris, apartando su oscuro vello con expertos dedos.

Su lengua la enajenaba cuando jugaba dentro de su cuerpo femenino, mientras bailaban sus caderas, pidiendo más.

Probaron todas las posturas para quererse y comerse, y cuando iba a llegar, colocó la polla en su boca para regalarla su dulce leche.

Se despidieron con un beso apasionado, jurándose en bajito amor eterno.

Lo vio marchar apresuradamente, dejando atrás una prueba irrefutable de su traición.

Cuando se dio cuenta, ya fue demasiado tarde.....

No tenía miedo. Los miró a los ojos, altiva y desafiante.

Estaban todos los que la habían juzgado y algunos más, poseídos por una irrefrenable morbosidad.

Detrás, avergonzado y agazapado, estaba el hombre que tres días antes la abrazaba, susurrándole al oído dulces palabras de amor.

Ahora, sujetaba en sus manos la piedra más grande y pesada.

Con una media y amarga sonrisa, se rasgó la túnica negra que ocultaba su hermoso y femenino cuerpo.

Orgullosa de su desnudez, levantó los brazos apuntando al cielo, y echando la cabeza hacia atrás, se entregó a sus verdugos.

Podía escuchar risas crueles y gritos, insultándola mientras le golpeaban las piedras que ella, valiente, recibía sin lagrimas.

Las únicas piedras que la hicieron daño fueron las suyas, más cortantes y duras que el resto.

Las demás ni siquiera rozaron su maltrecho corazón.

Herida de muerte, no le dolía el cuerpo sino el alma.

Lo miró agonizante pero implacable.

Lo miró sin ira, pero sin perdón.

Lo miró, sabiendo que la venganza se sirve fría, y que la justicia del cielo no es inmediata, sino eterna.

Respiró por última vez y con una sonrisa, se fue.....

El Escondite de Natalia
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